Varios hombres, en fila, entran por una puerta grande de madera. Detrás del umbral hay una pequeña sala de espera. Ahí, incrustado en la pared, está un torno, alrededor del cual no se ve a nadie, solo se escucha un saludo y, como respuesta, el agradecimiento de los hombres cada vez que -en cada giro- aparece un pan.

El torno es un aparato giratorio que simboliza una ventana del monasterio de claustro con el mundo exterior que las religiosas han instalado para -sin ser vistas- vender sus productos y dar caridad a los menos favorecidos.

Sus altas y macizas paredes de casi un metro de ancho revelan la antigüedad del monasterio El Carmen Alto que se fundó, en Quito, hace 368 años, en los predios donde se asentaba la casa de Santa Marianita de Jesús, que murió ocho años antes. Desde entonces, se convirtió en el claustro de las Madres Carmelitas Descalzas.

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Después, compraron los terrenos colindantes hasta que lograron tener casi toda la manzana. El complejo de 6.855 metros cuadrados comprende el museo, la iglesia y el claustro, y se levanta entre las calles García Moreno, Benalcázar y Rocafuerte, en el Centro Histórico de Quito.

La hermana Maricarmen del Verbo Divino me recibe desde el otro lado del torno. Cuando el aparato giró, apareció un pan, entonces, expliqué que tenía una cita con la madre Paulina de Jesús. Espere un momento, dijo. Los hombres de la fila siguieron uno a uno retirando su pan.

A mediados de julio de 2021 empecé los trámites para conseguir permiso para entrar al monasterio y, finalmente, el miércoles 17 de noviembre estaba a punto de conocer este sitio habitado por 21 mujeres.

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Las máximas autoridades, las madres Paulina de Jesús y Verónica de la Santa Faz, priora y subpriora, me reciben. Apenas se abrió la puerta apareció el jardín, ahí, en un silencio casi absoluto, empezaron a interrogarme, para saber mis intenciones. Me llevaron a una salita y me contaron la historia del claustro.

La hermana María del Corazón de Jesús prepara pan en el monasterio de claustro El Carmen Alto, fundado, en el Centro Histórico de Quito, hace 368 años. EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas

Después, cuando llegamos a la panadería, me presentaron a la hermana María del Corazón de Jesús. ¿Por qué vino al monasterio?, le pregunto. “Básicamente por haberme enamorado de Jesús”, responde la hermana María del Corazón de Jesús, de 25 años. Ella se prepara para ser monja profesa, lleva 15 meses en el monasterio.

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Una confesión

María es alta y delgada, mide casi 1 metro 70. Su rostro es delicado, sus ojos color miel protegidos por unos lentes con marcos negros dejan ver su dulzura y devoción. Su cabello está oculto debajo de un velo blanco, distintivo de las postulantes; sus manos son delgadas y sus dedos largos. Es todo lo que se puede ver, el resto de su cuerpo está escondido en su vestido carmelita.

¿Cómo es su vida aquí en al monasterio?

Es bonita, se puede amar a Dios y pensar que todo lo que uno hace, por más chiquito que sea, ayuda a las otras personas. Aunque no es tan fácil, los días son duros. Hay un horario y un estilo de vida muy rigurosos y exigentes. Tiene una parte de sacrificio y, a la vez, es alegría.

Dentro del monasterio hay largos y altos corredores con pilares de madera, desniveles con gradas, espacios para elaborar hostias, hornear pan, galletas, hacer chocolates; otros, albergan grandes barriles de roble donde se añeja y se guarda vino. Hay un comedor y una capilla donde se reza siete veces al día.

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Desde un balcón se ven las chimeneas que sobresalen de los grises techos cubiertos de teja, el patio central, que termina en piedra, con amplios jardines, una pileta y la imagen de Santa Marianita de Jesús. Al fondo, se aprecia la Virgen del Panecillo.

Monasterio de claustro El Carmen Alto, fundado, en el Centro Histórico de Quito, hace 368 años, donde viven 21 religiosas. EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas

¿Cómo reaccionaron sus padres frente a su decisión de ingresar al monasterio?

Mi mami, muy feliz, porque desde chiquita quería hacerme monjita. Pero mi papi, medio serio, como que no creía. Quería ser monjita de vida activa, no de clausura, porque estudié diseño gráfico y quería salir en la televisión, en la radio y hacer bulla y evangelizar, ser el rostro de todos los jóvenes, pero los misterios del Señor me trajeron aquí, a la clausura, a vivir escondida del mundo. He tenido momentos en los que he pensado irme, pero quiero perseverar y cumplir la voluntad de Dios.

¿Vienen a visitarla?

Les veo una hora cada mes. Al inicio era muy difícil, pero luego uno se va centrando en esta vida y ya no les extraño tanto.

¿Cómo se comunica, tiene celular?

Aquí no hay celular. Solo usa celular la madre priora, la subpriora y la del torno. Pero es mejor así, para no distraerse. Al inicio les escribía cartas y nos comunicábamos así, pero luego uno renuncia, deja todo. Todo, todo, hasta la familia. Ahora ya no es una necesidad escribirles cartas.

Y las redes sociales, ¿le costó dejarlas?

-Bueno, eso fue fácil, porque afuera también sentía como que el Facebook y el Instagram me absorbían. Dejar el celular me dio paz, porque todo el tiempo en el WhatsApp, pin, pin, pin, pin... Dios mío, yo era demasiado vanidosa con las fotos, jaja.

¿Y el diseño gráfico?

Me costó dejar. Mi pasión por el diseño, la computadora, ilustrar, pintar, aunque aquí también pinto, pero con horario. Estudié una carrera de cinco años para ser profesional y, de hecho, ya iba a tener un trabajo en el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) y me iban a pagar mil dólares al mes. El Señor me puso a elegir (otra vez, sonríe). Ahora, aunque, a veces, patalee y llore y tenga mis luchas internas digo “Dios mío, ¿qué hago aquí?”. Pero pienso que estoy estudiando la carrera de mi vocación.

La madre Teresita del Niño Jesús, en su celda, en el monasterio de claustro El Carmen Alto, fundado, en el Centro Histórico de Quito, hace 368 años, donde viven 21 religiosas. EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas

Las celdas

En un costado del jardín, a lo largo de todo el patio, están las puertas de las celdas donde duermen las monjas.

La madre Teresita del Niño Jesús, de 42 años, ha pasado los últimos 21 en el monasterio. Su dormitorio, aunque ella y toda la comunidad de Carmelitas lo llaman “celda”, es una habitación donde hay una cama, un pequeño velador, una repisa, una mesa, una silla, un baño, una cruz de madera y algunos cuadros religiosos.

“Desde aquí, desde la celda, se vuela al cielo”, dice la madre Teresita, sentada en su cama y con la biblia en las manos. “Como monjas Carmelitas venimos aquí a rezar y a encontrarnos íntimamente con el Señor, porque es un lugar de intimidad, de encuentro, de silencio. Con Dios es un encuentro de tú a tú, ese amigo que está siempre cerca, pues con él nunca estoy sola, aunque no lo veo, lo siento adentro, me siento muy feliz”.

Los novios

Días después de mi primer encuentro con las religiosas, la hermana María me recibió en el locutorio, sitio adecuado para visitas con unos barrotes metálicos que separan el silencioso mundo de fe que se practica en el claustro del ruidoso mundo exterior.

La hermana María cuenta su historia entre risas y recuerdos. Sin el menor recelo, incluso, habla de cuando soñaba con casarse.

Usted vino al monasterio pasados los 23 años. ¿Alguna vez tuvo un novio?

¡Uy! Sí, tuve muchos enamorados, viví muchas cosas. Antes de venir (al monasterio) encontré a un chico y me dije “con este me quiero casar”. Pero luego sentí en mi corazón un deseo de conocer al Señor, de ser solo para él. Todo estaba muy bien, él es de la comunidad Jesús es el Señor, de una espiritualidad muy fuerte, donde se vive con los mandamientos. Estaba bien con él, no hubo engaños ni traiciones.

¿Qué dijo él cuando supo que usted decidió dejarlo y venir al monasterio?

Lloró -lo confiesa y se echa a reír-. No, mentira. Cuando nos dijimos todas estas cosas lo hicimos por videollamada, porque estábamos en pandemia. Vine solo por tres meses, porque no estaba segura de quedarme. Luego, él me escribió una carta en la que me decía que estaba feliz de que yo me entregue al Señor.

Aunque son temas muy personales, ¿quisiera contarme algo más para escribir su historia?

Pensando que pueden leer los jóvenes, sí.

Dígame.

Desde chiquita quería hacerme monjita, pero las presiones que se dan en la adolescencia no me dejaban. Sufrí bullying en el colegio, me decían “tanque” porque era alta y gordita. Quería ser bonita, popular, aceptada, no rechazada. Empecé a mentirles a mis papás y me estaba perdiendo hasta el punto de que… bueno, son cosas muy privadas, pero le voy a contar, porque seguramente muchas jóvenes pueden estar pasando por eso.

La hermana María del Corazón de Jesús, en el locutorio del monasterio de claustro El Carmen Alto, fundado, en el Centro Histórico de Quito, hace 368 años, donde viven 21 religiosas. EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas

La hermana María, desde el otro lado de los barrotes, me pide que agarre una silla y tome asiento. Después, se acomoda para contar sus experiencias de la adolescencia, antes de decidirse por entregar su vida al Señor. A momentos, inclina su rostro y le cuesta un poco revelar asuntos tan íntimos.

No me llevaba bien con mi padre. Supongo que era porque me veía rebelde y quería ponerme en mi sitio. Me gritaba, me insultaba, un par de veces me pegó. En mi casa, vivía tensión y estrés, le decía a mi papá que no lo amaba. Entonces, empecé a ir a fiestas, a emborracharme y acostarme con el primer chico que encontraba.... Mi familia me inculcó la idea de llegar virgen al matrimonio. Ese ha sido el modelo de mi casa, pero, con todas las cosas que estaba viviendo desde los 15, dejé de valorar mi cuerpo, era como un objeto, todo era placer, deseo, impulso, me puse loca. Me pintaba el pelo de rojo, me puse piercings, empecé a tatuarme, me dejaba usar de las personas y también empecé a usar a muchos chicos para sentirme querida.

¿Por eso, usted decía que se estaba “perdiendo”?

Sinceramente, era una joven con buenas intenciones, pero muy herida y mis heridas me arrastraban a volver a caer en el mismo hoyo. Cuando tenía dos años fui violada con mi hermana, de cuatro. A pesar del proceso con la psicóloga, esas heridas volvieron. Yo no me acuerdo, gracias a Dios, pero mi hermana sí, y es doloroso.

La hermana María hace una pausa y recuerda que a los 18 años empezó a consumir marihuana”. Su mamá le decía que cambie su forma de vida para que su papá también cambie su comportamiento con ella. Esas palabras le dolían y le molestaban, “porque él tenía la responsabilidad, no yo”. Sin embargo, nunca se alejó de la iglesia, aunque a veces ya no quería nada del Señor, poco a poco las cosas cambiaron.

“Mi papá siempre estuvo ahí, y mi mamá como una figura más dulce, más cercana, me escuchaba, me consolaba”, recuerda. En la universidad encontró al Grupo Católicos en Acción y en ese lugar se convirtió a Dios. Dos buenas amigas, Dominique y Doménica, le decían “Dios te ama, tú eres hija de Dios, tú vales mucho más”.

¿Tan difícil fue la juventud?

A pesar de la vida que tuve, vida muy loca y muy activa, venir a parar en un claustro... ¿Quién entiende? Señor, ¿por qué me trajiste a un claustro?, jaja. Mi papá es profesor en la Universidad Católica y director de un coro. Crecí con la música toda mi vida. Mis papás cantaban en la iglesia y yo cantaba con ellos. Cuando empecé mi etapa de rebeldía, en la Foch (la zona rosa de Quito) conocí a un chico que se llama Diego, que cantaba en bares, me junté con él y mi objetivo era ser estrella famosa en la Foch, bueno no es que cante como Cristina Aguilera, pero puedo cantar, me gusta el reguetón y me gusta bailar. Empecé a ensayar con él y cuando nos íbamos a presentar, algo pasaba y nunca nos presentamos. El Señor me cuidó porque si pasaba esa puerta, a ese mundo de fama, ostentación y vanidad… Uy, Dios mío, ahí sí me perdía.

¿Y qué pasó luego?

Después, me fui a una misa y escuché que cantaban dos hombres. Dije “Dios, aquí falta una voz femenina”, jaja. Les pregunté: “¿quieren que cante con ustedes?”. Dijeron que ‘sí’. En febrero, mes de mi cumpleaños, mi tío, que es del Opus Dei, dio una misa aquí, en la iglesia de El Carmen Alto. Llegué justo en el momento de la Consagración, cuando mi tío estaba alzando a Jesús y las monjitas se postraron. Eso fue más de lo que había vivido en otras misas. Cómo estaría mi cara, que la madre Verito se acercó y me dijo “siento que el Señor te busca, te quiere aquí”. Seis meses después, en agosto, en plena pandemia, vine al monasterio de claustro. Fue como entrar en el cielo.

Las religiosas rezan en el monasterio de claustro El Carmen Alto, fundado, en el Centro Histórico de Quito, hace 368 años, minutos antes del almuerzo. EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas

La crisis económica y las opciones

La madre subpriora, Verónica de la Santa Faz, dice que en el claustro no tienen solvencia económica, que viven de las labores manuales. Antes, las hermanas que entraban lo hacían con su dote, porque eran acaudaladas, la dote significaba una cantidad de dinero y obras de arte. Sin embargo, cuenta que a partir del año 2000 “las jóvenes que llegan son de familias buenas, pero de bajos recursos”. Y comenzó la falta de dinero.

El trabajo manual no alcanzaba para solventar los gastos. “Yo estaba de priora en ese tiempo y me endeudé. Justo ahí es cuando el Fonsal (Fondo de Salvamento, creado en esos tiempos para recuperar las casas patrimoniales del centro) comenzó a ayudarnos con la restauración de las cubiertas de la iglesia”.

Las hermanas empezaron a sentir la curiosidad de mucha gente. “Vimos, entonces, que la gente sacaba la cabeza, quería conocer. Muchos decían “madres, ¿por qué no nos hacen conocer?”.

Cuando el monasterio cumplió 350 años, en 2003, la madre Verónica de la Santa Faz pidió permiso al obispo, de esa época, monseñor Antonio González, para abrir temporalmente la puerta del monasterio y enseñar el patio, con el fin de recaudar algún dinero para pagar las deudas.

“Entonces, abrimos una vez por semana durante todo el año. Los extranjeros que nos visitaban nos pagaban 10 dólares y les dábamos un almuercito. Solo podían ir a la iglesia y ver el patio de la casa. Recibíamos hasta 20 personas y nos compraban nuestros productos. Ese año logramos -bendito sea Dios- cancelar la deuda de 60.000 dólares”, cuenta la madre.

Monasterio de claustro El Carmen Alto, fundado, en el Centro histórico de Quito, hace 368 años, donde viven 21 religiosas. EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas

La comunidad de madres Carmelitas al ver que ese año había sido generoso con las finanzas, decidió hacer un museo con sus obras de arte mediante un convenio con el Fonsal.

El monasterio firmó un convenio que se comenzó a trabajar en 2004, cuando Paco Moncayo era alcalde de Quito, pero el proceso se dilató hasta la administración de Augusto Barrera, cuando el Instituto Metropolitano de Patrimonio sustituyó al Fonsal. Finalmente, el museo se montó en las instalaciones de la Casa de Santa Marianita de Jesús y se abrió al público en 2013.

Desde entonces, el público puede ingresar al museo por la calle García Moreno, pero no tiene acceso al monasterio, porque la puerta quedó sellada para mantener la vida de claustro de las monjas.

En el convenio intervienen tres instituciones: el Instituto Metropolitano de Patrimonio, que se encarga de la restauración y mantenimiento; la Fundación Museos de la Ciudad, que administra; y la Comunidad de El Carmen Alto, que proporciona el espacio y, a cambio, recibe una cantidad de dinero por concepto de arriendo.

Disciplina y formación

“Nosotras nos levantamos a las 04:30 y alabamos al Señor. El día consta de horarios rígidos distribuidos para la fraternidad, el trabajo, la formación y estudio, la oración personal o meditación y rezos, muchos rezos. Rezamos siete veces al día”, dice la madre Paulina, priora del monasterio.

El primer rezo es a las 05:00 y se llama Laudes: el segundo, Tercia, a las 06:20; el tercero, Eucaristía, a las 07:00; el cuarto, Sexta, a las 12:00; el quinto, Nona, a las 14:40; el sexto, Vísperas, a las 17:00; y el séptimo rezo se llama Completas, a las 21:00.

Entre Laudes, que es el primer rezo del día, y Tercia, hay una oración personal. Después de Tercia se reza el santo rosario. Una vez concluido el rezo de la eucaristía, es el tiempo de desayunar.

Las religiosas durante el almuerzo, en el monasterio de claustro El Carmen Alto, fundado, en el Centro Histórico de Quito, hace 368 años, donde viven 21 religiosas. EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas

Después del desayuno, las religiosas enfilan hacia sus trabajos diarios que están distribuidos con antelación por la madre priora. Después de rezar Sexta, pasan al comedor para el almuerzo, ahí también agradecen por los alimentos rezando, después tienen 45 minutos de recreación.

A las 13:45 es la siesta facultativa o descanso hasta las 14:40, en que se reza Nona. Desde las 15:00 hasta las 17:00 se dedican al estudio de formación inicial, permanente y lectura espiritual. Después de rezar Vísperas hay un espacio para la oración personal, oficio de lecturas y rezan el santo rosario, por segunda vez.

A las 19:10 es la cena, a las 20:00, recreación. Y después de rezar Completas, a las 21:00, toda la comunidad de religiosas se va a descansar.

Hasta 2019, una monja necesitaba seis años de formación, ahora, nueve. El primer año es de aspirantado, donde no se usa ningún distintivo religioso; el segundo es de postulantado y se usa un velo blanco; dos años de noviciado, aquí se toma el hábito y el velo blanco, tres años para hacer sus primeros votos temporales de castidad, pobreza y obediencia. Aquí se ganan un distintivo que es un cristo que simboliza el esposo, porque la aspirante toma a Jesús como esposo. El Cristo está construido en metal, mide unos 15 centímetros, lo lleva sobre su corazón debajo del hábito. Los dos últimos años son los más duros, porque la aspirante no está ni en formación ni es profesa, está bajo la vigilancia de la comunidad.

Pasados los nueve años, la monja en formación hace una petición libre y voluntaria, en una carta y la comunidad se reserva el derecho de admitir o negar su petición. Si la comunidad acepta, se convierte en monja profesa cuyo distintivo es el velo negro.

La redención

“Vayan a misa, en mi historia personal eso me ayudó muchísimo para encontrarme con el Señor. Escuchen la palabra de Dios y lean la Biblia, porque ahí está todo, en la Biblia uno encuentra la respuesta de todas sus angustias, de todas sus penas, de todos sus pleitos. No busquen tanto la fiesta, la diversión. Encuentren la razón del porqué y para qué existen, eso les va a ayudar a ser felices, porque, al final, todos queremos ser felices”, concluye la hermana María del Corazón de Jesús.

La madre Verónica de la Santa Faz dice que la vida Carmelitana es eremítica y cenobítica, “porque todo el día pasamos en soledad, en silencio, ocupadas en los quehaceres domésticos, en unión con el Señor”.

La madre Verónica de la Santa Faz con su mascota Sheila en el monasterio de claustro El Carmen Alto, fundado, en el Centro Histórico de Quito, hace 368 años, donde viven 21 religiosas. EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas

El silencio es dominante en el monasterio. Las religiosas, cuando aparecen, caminan como en el aire, no se dejan sentir. Usan zapatos bajos y suaves. En cualquier momento, Yogy, Sheila y Linda, las tres guardianas que acompañan a las monjitas, interrumpen la calma con sus ladridos. A ello se suman los cantos de los pájaros y una ligera brisa que arrastra la fragancia de las guayabas, nogales, naranjos, limones, granadillas, duraznos, romero, menta, manzanilla y un laurel traído desde tierra santa. (I)