Fiebre. Fue el único síntoma que presentó Emy, de 8 años, y que su familia no advirtió que podría tratarse de COVID-19, un virus que el año pasado sorprendió al mundo con su agresividad y que se creía que no era letal en los menores de edad.

La fiebre de Emy era alta, no bajaba con analgésicos, cuenta una tía que acompañó a la niña a un pediatra, en el cantón Buena Fe, provincia de Los Ríos. El médico ordenó varios exámenes y ecografías.

“Le diagnosticaron una infección en las vías urinarias”, relata la familiar. Le dieron tratamiento con antibióticos, medicinas para el dolor, inflamación, pero como Emy no mejoraba sus padres la llevaron a una clínica privada donde estuvo hospitalizada tres días.

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Le hicieron radiografías, más pruebas y nuevos exámenes, pero ninguno para detectar COVID-19. Le administraron suero para hidratarla, pero empezó a hincharse. “En todas las radiografías que le habían hecho salía que tenía todo (los pulmones) limpio, pero el último día que se hinchó ahí recién le apareció una mancha en el pulmón”, cuenta la tía.

En ese momento, cuando la niña ya estaba grave, los médicos les indicaron que Emy en realidad tenía COVID-19.

Emy no tenía enfermedades que la hicieran vulnerable, pero cada hora se complicaba más. Llevaba seis días con fiebre cuando fue derivada por su delicado estado de salud al hospital del IESS de Quevedo.

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“La atención fue pésima en el hospital de Buena Fe, luego la derivaron a Quevedo y fue igual, hubo que comprar medicamentos, pañales, tantas cosas, no hubo ni ambulancia, un familiar tuvo que pagar por una ambulancia para su traslado”, sostiene la tía.

“La niña hablaba, caminaba. No quería ponerse el pañal, porque ella quería levantarse al baño. Estaba bien, hasta que dijeron que debían intubarla. Ella no quería. Desde que se hinchó tuvo problemas para respirar, pero con el oxígeno estaba bien”, recuerda la tía, conmovida porque Emy murió el 25 de junio, en el hospital Francisco de Ycaza Bustamante de Guayaquil, hasta donde la trasladaron por su gravedad un día después de intubarla.

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“Los médicos le dijeron a los padres que tenía perforado un pulmón, ya no pudieron hacer mucho. La niña tenía líquido en el abdomen e hinchados el corazón y los pulmones”.

Freddy murió una semana después de su abuelo

Freddy falleció un día después de Navidad y su familia cree que, más que por el COVID-19, murió de tristeza. Una semana antes, también por COVID-19,había fallecido su abuelo, Gerardo Moreira, con quien Freddy, de 14 años, vivía desde que nació. “La fiebre no le paraba, la boquita se le ampolló todita, no quería comer, había perdido el sabor, estuvo dos semanas con síntomas antes de morir”, cuenta Irina Ponce, tía de Freddy y quien lo cuidaba.

Freddy nació con parálisis cerebral, pero no tenía enfermedades. Era un niño muy risueño, entendía todo, aunque no podía hablar o caminar.

A Freddy le hicieron el hisopado nasofaríngeo, radiografías y exámenes. Lo atendió un médico particular y le recetó antibióticos, paracetamol, hidratantes, pero no funcionó.

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Freddy, de 14 años, falleció una semana después que su abuelo, Gerardo Moreira, con quien vivía desde que nació. Foto: Cortesía

El 25 de diciembre lo llevaron al hospital Verdi Cevallos de Portoviejo y lo estabilizaron, lo enviaron a casa. Y no llegaba a casa cuando se desmayó y la noche de Navidad lo ingresaron al hospital de especialidades de Portoviejo.

“No nos faltó cupo, ni cama, porque era diciembre y los casos estaban de bajada”, dice Irina, quien cuenta que la atención médica en ambos hospitales públicos fue buena.

“Lo tuvieron que intubar, hicieron todo para evitar que falleciera, pero no se pudo”, lamenta la tía, con el dolor fresco por haber perdido a dos familiares. “No somos doctores, pero desde que supo que mi papá había fallecido decayó por completo, pensamos que murió de tristeza, él solo pasaba llorando y en silencio”, comenta Irina con tristeza.

Sofía, de 17 días, esperó atención por cinco horas

Lo que parecía una señal de esperanza para la hija recién nacida de Guadalupe Anchundia se convirtió en una pesadilla que esta madre de 26 años no puede contar sin llorar.

Su niña, a la que había inscrito como Sofía, fue derivada por una cardiopatía desde el hospital Gustavo Domínguez, de Santo Domingo, hasta el pediátrico quiteño Baca Ortiz, del Ministerio de Salud, pero a las pocas horas la bebé murió con un diagnóstico que le sorprendió a Guadalupe: “COVID-19”.

“Ella nació con un problema del corazón y tenía que verla un especialista. En Santo Domingo no había, por eso nos dieron el pase a Quito”, cuenta la madre al recordar que el 28 de julio de 2020 viajó más de tres horas en una ambulancia con la pequeña Sofía, orando por su recuperación.

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“Cuando llegamos nos dijeron que no había cupo, estuvimos una hora en la garita, no dejaban pasar la ambulancia. Luego pasamos y nos tuvieron otra hora, no había camilla ni termocuna, y como vieron que la bebé llegó con tanque de oxígeno dijeron que era sospecha de COVID. Después nos pasaron a unas carpas, ahí dos horas más esperando que baje la doctora; luego, porque la niña se puso mal, moradita, bajó”, relata Guadalupe.

Dos semanas antes, Guadalupe había dado a luz por cesárea a la pequeña Sofía, su primera hija, aquella para la que había comprado con tanta ilusión chambritas y escarpines. “En el hospital le hicieron la prueba del taloncito y vieron que tenía una cardiopatía, que necesitaba un especialista, pero ahí, en Santo Domingo ella estaba bien atendida, yo la veía todos los días, porque tenía que darle de lactar, estaba gordita”, dice la madre.

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Guadalupe llegó a las siete de la noche al pediátrico y su niña, cinco horas después, ingresó a la Unidad de Cuidados Intensivos de COVID. “Le sacaron una muestra para COVID, dijeron que la iban a pasar a UCI porque la iban a intubar, eso fue como a las 12 de la noche, ella estaba muy malita, ya no quería coger el oxígeno”.

Con su niña en UCI, sin poder verla ni tener dónde pasar la noche, Guadalupe y su esposo, en la misma ambulancia, regresaron a Santo Domingo para volver a Quito al día siguiente. “Como a las tres de la mañana me llaman, me dijeron que la niña había fallecido”.

Sofía murió el miércoles 29 de julio con el diagnóstico de “enfermedad respiratoria aguda”. En el pediátrico no le dieron a la familia una confirmación de que la muestra haya resultado positiva para COVID. Tampoco el hospital les entregó el cuerpo de Sofía, sino sus cenizas.

“Mi marido hizo los trámites para que le den el cuerpecito, pero le dijeron que no podían darle, porque era sospecha de COVID. Él decía que se la muestren para ver si era ella que había fallecido, solo nos dieron el acta de defunción del mismo hospital, y no la podíamos traer sino que fue incinerada. Mi hija falleció un miércoles y el domingo nos entregaron las cenizas en un cofre con su nombre, y eso andando, y pagando. Nunca vimos su cuerpecito para saber si en realidad era ella, solo nos entregaron las cenizas”.

Miguel Ángel no consiguió médico

Miguel Ángel siempre había tenido buen apetito, ‘abría la boquita y comía rapidito’. Tenía 14 años y, aunque había nacido con parálisis cerebral y se comportaba como un bebé de tres meses, jamás rechazaba la comida. Por eso, pese a su discapacidad, Miguel Ángel había alcanzado la estatura de un niño de 10 años. “Estaba grande y pesado, solo yo lo podía cargar”, cuenta su padre Elvis Vallejo, de 42 años.

Que no quisiera comer fue el síntoma que disparó las alarmas. Miguel Ángel ya había empezado con una ‘gripecita’ y tenía algo de tos, pero solo cuando rechazó los alimentos y su estómago se inflamó, sus padres buscaron el hospital. A mediados de agosto del año pasado, la pandemia llegaba a su pico en algunas provincias de la Sierra, entre ellas Loja, donde vive Miguel Ángel.

Miguel Ángel, quien tenía parálisis cerebral, falleció a los 14 años por sospecha de COVID-19. Foto: Cortesía.

“Lo llevamos a un hospital, pero no lo ingresaron, porque dijeron que un doctor iba a venir a la casa, pero no vino, cuando lo llamamos dijo que le podía contagiar del virus al niño. Solo nos dijeron que le demos paracetamol, pero ni una receta, nada. Fui a preguntar en una farmacia y me dieron unas pastillas. Tenía la barriguita bien infladita, tenía tres días de fiebre.. ni el médico del barrio conseguí. Por ahí me dijeron que le ponga un supositorio, pero nada que le bajaba la hinchazón de la barriguita”, cuenta Elvis al recordar aquellos días de desesperación en que nuevamente volvió al hospital con su hijo.

Miguel Ángel ingresó al hospital de Motupe, en el norte de Loja, el 14 de agosto. No le hicieron la prueba del Covid, pero su diagnóstico final fue ‘enfermedad respiratoria aguda’, probable Covid-19. Estuvo tres días en el hospital hasta que falleció. “En el hospital dijeron que le iban a hacer exámenes, no le hicieron nada, solo le taparon la nariz con la mascarilla, no le pusieron oxígeno, nada, solo mascarilla normal. No le dieron nada”, se queja el padre de Miguel Ángel, extrañado por el diagnóstico que le dieron en el hospital.

A Elvis el hospital le dio el cuerpo de su hijo. “Por eso creo que no tenía Covid, porque si no, no me lo hubieran entregado. A mí me entregaron el cuerpo, yo lo velé en la casa y todo. Fuimos y lo enterramos en tierra”, dice acongojado. (I)

Los niños también son vulnerables a los contagios por COVID-19 en Ecuador. En este año se han registrado más casos semanales en comparación con el 2020, según las cifras del MSP. Foto: Jorge Guzmán


De los 28.995 menores de 19 años contagiados, confirmados y probables con COVID-19, el 20,6 % requirió hospitalización, en el país

El primer contagio de COVID-19 en niños se registró a la par que en adultos, en febrero del 2020. Desde ese mes hasta el pasado 21 de abril, el Ministerio de Salud (MSP) reportó 28.995 menores de 19 años infectados, confirmados y probables. El 41,5% se detectó este año.

En marzo pasado se dio el pico más alto de la pandemia, 3.503 casos, y en lo que va de este mes ya son 2.453 nuevas infecciones registradas por el MSP. De los 28.995 contagios reportados en menores, un 20% (5.988) requirió hospitalización y 1,2% (75) fallecieron.

Hace un año, de cada mil casos, 28 eran menores; hoy, de cada mil casos son 65, más del doble. Este panorama preocupa a los padres, quienes llevan a sus pequeños a los hospitales con procesos respiratorios o diarreicos, que pueden confundirse con COVID-19, dengue u otras enfermedades virales o bacterianas, como neumonía.

Karina Caldoso carga a su hijo, Ezequiel, al salir de un hospital Francisco de Ycaza Bustamante, de Guayaquil. Foto: José Beltrán

Los estragos de tres días de fiebre, tos, picor en la garganta, vómito y diarrea le han quitado al pequeño Ezequiel, de 1 año, el brillo de sus ojos, el rosado de sus labios y la energía con la que daba sus primeros pasos.

“El lunes comenzó con los síntomas, pero no sabemos qué tiene. No le han hecho exámenes de COVID-19 o dengue, ni radiografías”, cuenta su abuelo José Caldoso, en los exteriores del hospital Francisco de Ycaza Bustamante de Guayaquil.

El miércoles 21 regresaron a ese centro, porque el niño no mejoraba con el suero oral que le recetaron el día anterior. Después de cinco horas, Karina Caldoso, de 18 años, salió con el pequeño Ezequiel, que no dejaba de toser. “Me dijeron que compre paracetamol y un envase para un examen de heces y le van a hacer de sangre”, contó Karina, preocupada ante un posible caso de COVID-19.

Marco Villamar también salió sin un diagnóstico de su nieta, Sofía, de un mes de nacida, a quien llevó con fiebre y tos. “Nos dijeron que tiene las vías respiratorias obstruidas”, dijo.

“Me dijeron que debían hacerle la prueba de COVID-19, pero dicen que no tienen reactivos. No sé cuándo se la harán”, dijo la madre de una pequeña, de tres años, internada por la inflamación en uno de sus ojos.

No a todos se les hacen las pruebas. “De acuerdo con quien lo requiere, porque también importa si han tenido contacto con alguien sintomático, de dónde viene”, indicó Dolores Freire, infectóloga del Ycaza Bustamante. Ahí se han hecho hisopados a 1.023 niños. El 10% (103) fueron positivos.

En el hospital Roberto Gilbert hubo trece internados los últimos cuatro meses del 2020, y en este año van 41. El 54% de ellos llegó desde marzo, refirió Joyce Andrade, infectóloga de ese hospital, que tiene un niño crítico y tres estables.

“Hemos observado que en estos últimos ingresos hay mucha más afectación a nivel pulmonar. Son niños que más ingresan con cuadros respiratorios, algunos si han tenido que ingresar a cuidados intermedios o intensivos, con neumonías con afectación importante”, apuntó Andrade.

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En Quito, el aumento de casos es similar. Daniel Espinel, coordinador de emergencias pediátricas de este centro, indicó que se ha registrado un incremento entre enfermedad moderada y grave en un 20% a 30% en relación con el inicio de la pandemia. Mientras que en Santo Domingo, hay once menores de diez años con COVID-19 positivo, dos de ellos necesitaron intubación en las unidades de cuidados intensivos (UCI), según autoridades sanitarias del Ministerio de Salud. (I)

‘Padres deben estar atentos a los signos de alarma: fiebre, dolor abdominal y vómito’

Antes de que la desesperación domine los nervios, los médicos recomiendan a los padres estar pendientes, desde el primer día, de algunas señales que pueden indicar que una infección viral de temporada puede ser en realidad algo más grave, Covid-19, o incluso asociada con un dengue.

Una fiebre alta, que no cede con analgésicos, indican pediatras e infectólogos, puede dar la voz de alerta para llevar al niño a un médico que realice el acompañamiento de la infección. “Cuando un niño tiene síntomas de resfriados, hay que mantenerlos hidratados y en reposo, dentro de casa, que reciba alimentos que pueda tolerar, y si no tolera usar hidratación con suero oral o más bebidas”, explica Dolores Freire, infectóloga pediatra del hospital Francisco de Ycaza Bustamante.

Joyce Andrade, infectóloga pediatra del hospital Roberto Gilbert Elizalde, agrega otros síntomas de alarma como el dolor abdominal, lesiones en la piel, conjuntivitis, ganglios inflamados. “Los niños nos vienen con el antecedente, no de que tuvieron coronavirus, sino que la familia tuvo y el niño solo hizo un día de fiebre o de moquitos, y nos vienen después de 4 hasta 8 semanas, se puede presentar este síndrome inflamatorio”, comenta.

En los más grandes, de 15 a 18 años, explica el médico intensivista de la clínica Kénnedy, John Cuenca, puede comenzar sin fiebre, pocos mocos, tos y sin cambios en el olfato o gusto: “Pero en la segunda semana ya vemos dolor toráxico, saturación de oxigeno, eso nos tiene que alertar que el paciente está teniendo una inflamación del pulmón, una neumonía por Covid”. (I)