A 377 kilómetros de distancia de Guayaquil, en una calle sin pavimento ni adoquines del nuevo Quinindé (Esmeraldas) está la casa de Andrea. En los brazos, un pequeño -que el pasado 25 de noviembre cumplió cinco meses- se aferra al delgado cuerpo de la joven de 16 años que no puede contener las lágrimas cuando habla de la forma en que llegó su hijo al mundo. Sí, su hijo, es una niña convertida en madre por la fuerza, por la cruel indolencia de un hombre que hasta ahora no ha tenido castigo.