Nota de redacción: Esta historia es parte de una serie sobre migrantes que han decidido asentarse en Ecuador. Publicación todos los sábados.

A Rossana Ambulay le apasiona la cocina. Le emociona el sonido de las tablas cuando se pican los vegetales, el ruido de la cebolla cuando se fríe, la “magia” de recibir ingredientes y convertirlos en otra cosa.

Ella disfruta de todo esto en su restaurante, Flor de la Canela Limeña, ubicado en el kilómetro 4,5 de la av. Samborondón, antes de la entrada al Tenis Club.

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Desde pequeña, cuando vivía en Piura, Perú, su país natal, pasaba metida en la cocina. Siempre cocinaba en las reuniones familiares, por ejemplo.

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Se volvió más adepta con la edad, y aunque tanto su abuela como su madre fueron restauranteras, le dijeron: “No una cocinera más, por favor, estudia algo, lo que tú quieras”, recuerda la migrante de 57 años.

El chicharrón de camarón de Flor de la Canela Limeña. Foto: Alexandra Casulo

Llegó a vivir a Guayaquil cuando tenía 19 años para estudiar Medicina. “Originalmente iba a estudiar en Loja, pero el frío me corrió”, confiesa.

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En Piura no había posibilidad de estudiar esa carrera y a su familia le preocupaba enviarla a Lima por el terrorismo de las organizaciones revolucionarias de extrema izquierda que afectó a Perú en las décadas de los 80 y 90.

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Casi inmediatamente luego de llegar al país se enamoró de Rolando Otero. Ya lo conocía de antes, pues sus familias eran cercanas. Ahora tienen 34 años de casados y tres hijos, dos de ellos ya adultos, todos ecuatorianos.

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A pesar de los intentos de su madre y su abuela, Rossana abrió su restaurante en 2000. Empezó con un lugar pequeño, que se popularizó de boca en boca, hasta que logró abrir un local más grande, con capacidad para 120 personas. Estaba ubicado en La Garzota y allí se afianzó en el negocio.

Rossana sirve la leche de tigre tibia en vez de fría, como se acostumbra en otros restaurantes. Foto: Alexandra Casulo

Sin embargo, se vio obligada a cerrar en la pandemia. Ahora está intentando restablecerse en su nuevo local en la avenida Samborondón, donde no tienen más de cuatro meses, estima la migrante.

Sus platos estrella, explica, son el cebiche peruano, servido en la forma tradicional de ese país, con camote naranja, tostado, choclo tierno y lechuga, leche de tigre (Rossana la sirve tibia en vez de fría), y el arriba Perú, un filete de pescado con salsa de camarones, entre otros.

Al llegar al país, le pareció que Guayaquil tenía un ritmo de vida más lento, más calmado que Lima, y eso le gustó. Sin embargo, aunque ama la ciudad, admite que ha cambiado por la inseguridad.

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“Ahora nos preguntamos cómo así estamos ahora en esto (...). Guayaquil era el destino preferido de los peruanos, ahora es un temor. Hay que pedirle a Dios, tener la esperanza de que en algún momento vamos a retomar esa calma, ese convivir que teníamos antes, todo eso que hacía preciosa a Guayaquil”.

La pasión de Rossana por la cocina, además, es tal que admite que incluso pasa su tiempo libre en su hogar cocinando. La cocina de su casa es grande y puede comer ahí con sus hijos, resultando en una experiencia más social.

Agradece a los guayaquileños, agrega, por abrirle “sus corazones y sus paladares”. (I)