Irene Proaño vive en un departamento del centro norte de Quito desde hace 23 años. “Crecí en mi niñez y adolescencia en una casa hasta que me casé y tuve la oportunidad de comprar un departamento. En los últimos veinte años creo que las personas los buscan más”.

Son varias las razones. Las familias son más pequeñas y cada vez se pasa menos tiempo donde se vive debido a las jornadas laborales, afirma.

Además, el tiempo para limpiar se simplifica y hay la posibilidad de salir los fines de semana para realizar viajes cortos o practicar montañismo.

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Si viviera en una casa sería más complicado ya que la dejaría sola con el peligro de robo, acá el edificio es seguro. Lo mejor para mí fue comprar un departamento”, asegura Irene, quien es psicóloga y trabajó para el Ministerio de Educación y la Universidad Central.

Ahora labora de manera freelance.

Irene solo tuvo un hijo que vivía con la pareja hasta hace unos años cuando se independizó: “Solo quedamos los dos”.

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El departamento está en el tercer piso de un edificio de seis plantas. Posee tres dormitorios, dos baños y medio, área social, cocina, parqueo y el acceso a una bodega en la planta baja.

Algo que tuve bien claro es que no quería comprarlo ni en la planta baja ni en el último piso. “Se me haría más oscuro y frío si es abajo”, añade.

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Un informe realizado por el portal inmobiliario Plusvalía analiza los patrones de búsqueda de los usuarios del sitio y registra que las preferencias para la adquisición en Quito son mayores que las de alquiler, como sucede históricamente.

En 2018 las búsquedas de los quiteños para adquirir correspondían de un 50 % al 55 % a casas. En mayo de 2020 esa participación cayó al 44 % y desde entonces se mantiene estable hasta marzo de 2024 que cae al 40%.

La demanda de terrenos disminuye desde 2020 al pasar de 30 % a 22 % del total de las búsquedas hasta ubicarse en 19 %.

Mientras que la de departamentos crece levemente a partir de fines de 2021 y actualmente se ubica en 41 % del total.

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En Guayaquil hay un menor desarrollo del concepto de vivir en edificios.

Fernando Insua vive en un departamento del cuarto piso de un edificio en el centro administrativo de Guayaquil. “Ya había vivido de niño en el centro y me gusta mucho, por mis actividades artísticas estoy cerca de los centros culturales. Me gusta la dinámica de lo que es vivir en un ambiente de ciudad. No quiero estar aislado, hay gente que dice que quiere huir de la bulla y se van a vivir al pie de una carretera en urbanizaciones”, reflexiona.

El edificio en el que vive tiene todos los servicios.

“Por las facilidades de los permisos de construcción se han ido a zonas lejanas, lo que conlleva a gastar más en transporte, hacer llegar servicios a nuevas zonas y se ha dispersado la ciudad. Hay una idea de que se necesita el terreno, como si los edificios se fueran a caer. El hecho de heredar un terreno influye y por eso el costeño potencia más las villas”.

Una estrategia para repoblar el centro sería impulsar el desarrollo de los negocios y propiciarlos, agrega: “A veces a los locales que hay en el centro que son interesantes, con propuestas chéveres, los extorsionan, los molestan y no les dan facilidades, pero si se garantizara la seguridad y la iluminación, las cosas funcionaran como era antes”.

Vista desde el interior de uno de los departamentos del proyecto Torres de la Costa que se desarrolla en la vía a la Costa, en el oeste de Guayaquil. Foto: Ronald Cedeño

Como en su momento fue la denominada zona rosa en la calle Pedro Carbo. Hay tramos oscuros del centro de Guayaquil que requieren iluminación.

Rodrigo San Lucas es un abogado de 25 años de edad que se decidió por un departamento tras la muerte de su padre. En él vive desde hace siete años con su madre y hermana al interior de la urbanización Puerto Azul, en el oeste de Guayaquil.

“Es mucho más barato adquirir un departamento que una casa como tal en la zona donde compramos. Una vivienda allí cuesta alrededor de 400 mil dólares, mientras que un departamento valía 150 mil dólares”.

El departamento en el que vive tiene tres dormitorios y está en la planta baja. En su caso, no pudo escoger ya que lo adquirió a una persona que lo vendía por oportunidad. Era una oferta.

Hay diferencias entre vivir en una casa y un departamento. En la primera no se comparte parqueos y hay más control sobre el calentador del agua y el transformador.

“En un departamento, si hay un desperfecto es cuestión de todos ponernos de acuerdo y arreglarlo, estás un poco atado a eso. pero es mucho más caro mantener una casa, más aún si tienen piscina y jardinería”, afirma Rodrigo.

Carlos Julio Gurumendi es un guayaquileño que se mudó por trabajo a Quito en enero pasado. Él vive en la tercera planta de un edificio de trece pisos ubicado en los alrededores del parque La Carolina, en el centro norte de la capital nacional.

“El departamento no es tan amplio como una casa que tiene patio, garaje. Acá se paga una alícuota para el mantenimiento del edificio”, indica. “En el departamento todo es en miniatura, lo bueno es que no nos llenamos de tanto tereques, lo malo es que si nos gustan los animales es más difícil tenerlos porque hay que sacarlos (para que hagan sus necesidades biológicas) y no hay tiempo”.

La propiedad que arrienda la comparte con otras dos personas. Cuando buscó había opciones de casas, pero estaban en zonas más lejanas del centro dónde Carlos labora.

“Encontrar uno no se me hizo difícil. Dos meses de adelanto más el mes que corre y te lo dan equipado, con muebles, comedor, todos los implementos de cocina, horno, refrigeradora, lavadora, secadora, camas, modulares, dos televisores, solo hay que darle mantenimiento y cuidar”.

El costo del arriendo es de 600 dólares mensuales para un departamento con tres cuartos, sala, cocina, un balcón, cuarto de lavandería y dos baños completos, más una alícuota de 85 dólares con guardianía y un garaje. Los servicios básicos son económicos. De luz sale 17 dólares y de agua, 8 dólares.

Con los cortes del servicio de energía eléctrica se percató que tenían planta eléctrica ya que si funcionaba el ascensor y las luces de emergencia. (I)