A principios del siglo pasado, Centralia vivía una época de prosperidad. Era un importante pueblo minero al noreste de Estados Unidos, con más de mil habitantes y una economía fuerte. Pero para 1960 se encontraba en pleno declive económico tras el cierre de las minas y el auge del gas y el petróleo en el país.

Esa sería la primera de la desgracias que sufriría la población de Centralia, quienes en pocos años vivieron un éxodo masivo debido a un gran incendio que se expandió por todo el pueblo. Actualmente, ese incendio sigue causando estragos en la zona e impidiendo una vida normal para los únicos cinco habitantes que quedaron.

El fuego fue iniciado en 1962, cuando varios hombres prendieron la basura de un vertedero en llamas. Sin darse cuenta, el fuego alcanzó una veta de carbón que estaba expuesta y que originaría un incendio subterráneo.

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El pueblo de Centralia en 1966. Foto: BBC

Los primeros años el fuego se extendía en silencio por las abundantes reservas de carbón que aún quedaban en las minas. A inicios de los años 70, los habitantes no pudieron seguir ignorando las señales de que algo pasaba en el subsuelo del pueblo. Gases tóxicos emanaban de la tierra, y aparecían socavones que amenazaban con hacer colapsar los edificios.

Primero, intentaron apagar el fuego inyectando agua a la tierra, cavando zanjas y construyendo una barrera de ceniza para evitar que se siga propagando. Los esfuerzos de las autoridades no dieron frutos.

“En 1979 tuvieron que cerrar la gasolinera del pueblo porque el fuego estaba calentando peligrosamente los tanques de combustible subterráneos. Luego los gases tóxicos empezaron penetrar en el interior de las casas y las autoridades instalaron las primeras alarmas de gas”, explica David DeKok, un periodista que trabajaba en una localidad cercana a Centralia, a BBC.

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Sin embargo, fue recién en 1981 que los habitantes se dieron cuenta del verdadero peligro.

“Mientras el niño de 12 años Todd Domboski atravesaba el jardín de un vecino, se abrió bajo sus pies un agujero de decenas de metros de profundidad. Pudo agarrarse a unas raíces hasta que fue rescatado por su primo. Tuvo suerte de no morir asfixiado por los gases”, cuenta DeKok.

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Calle de Centralia emana gases tóxicos del incendio subterráneo. Getty Images

En 1983, se decidió oficialmente el traslado del pueblo. El Congreso de EE.UU. destinó una partida de 42 millones de dólares para comprar todas las casas, demolerlas y reubicar a los vecinos en poblaciones cercanas.

Al menos 50 personas siguieron viviendo en las casas que quedaban en pie, pero en 1992 el estado de Pensilvania decretó la expropiación de esas casas.

En la actualidad viven unas 5 personas en el pueblo, quienes aseguran que el fuego no representa un peligro, y temen que las autoridades quieran desalojarlos para vender el carbón que aún queda en las minas.

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Centralia se convirtió en un pueblo fantasma, con apenas algunas edificaciones aún en pie. Carteles rodean la entrada a la zona, advirtiendo a los curiosos y a los turistas del riesgo: “Caminar o manejar por esta zona podría provocar serias heridas o la muerte. Hay gases tóxicos presentes en el ambiente y la tierra puede colapsar súbitamente”, dice uno de los carteles ubicados en el acceso al pueblo, con la firma del Departamento de Protección Ambiental de la comunidad de Pensilvania.

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Según los expertos, las llamas se extinguirían en unos 200 años. (I)