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Telepathy es el primer implante de un chip colocado en el cerebro de un humano, anunció Elon Musk

El chip se conecta a una interfaz de 1024 electrodos 'cosidos' al cerebro que recogen la actividad cerebral.

GETTY IMAGES Foto: BBC Mundo

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Tan solo nueve meses después de recibir el permiso de las autoridades estadounidenses (la Administración de Fármacos y Alimentos, FDA, en inglés) el multimillonario Elon Musk anunció ayer que su empresa ha conseguido implantar un chip en el cerebro de un humano.

El producto llamado Telepathy tendrá como usuarios iniciales a aquellos que hayan perdido el uso de sus extremidades.

“El primer ser humano recibió un implante de Neuralink ayer y se está recuperando bien”, escribió Musk, “los resultados iniciales muestran una prometedora detección de picos neuronales”.

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La función del implante será la de “leer” la actividad cerebral para poder transmitir órdenes que ayuden a restaurar algunas funciones cerebrales gravemente dañadas tras un infarto o una esclerosis lateral amiotrófica, que derivan en graves daños en la capacidad comunicativa.

Tecnología sin cables

“En realidad, lo que ha implantado no es un chip exactamente, sino un array de electrodos, comunicados a un sistema inalámbrico, que son capaces de emitir las señales de las neuronas que están registrando”, apunta en declaraciones a EFE el vicepresidente del Consejo Europeo del Cerebro y director del Centro Internacional de Neurociencias Cajal (CNIC-CSIC), Juan Lerma.

El chip identifica los grupos de neuronas que se activan cuando una persona quiere mover sus brazos o piernas y ejecuta la orden; o descifra la palabra que está pensando y la dicta o escribe. Todo ello funciona con una interfaz de ‘hilos’ que van ‘cosidos’ al cerebro humano y que pretenden ser la base para ayudar a pacientes con miembros amputados a mover sus prótesis robóticas tan solo con el pensamiento.

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Algunos grupos de investigación han conseguido implantar un zócalo en la corteza de un humano que, a través de cables, se conectaban a un ordenador que registraba o detectaba la actividad neuronal. Se ha hecho en tetrapléjicos que no se podían comunicar, por ejemplo, y que con esta tecnología han podido mover brazos robóticos, dar órdenes o mover un puntero.

“La diferencia es que ahora, Neuralink lo ha hecho sin cables, con una tecnología más refinada, pero nada más”, dice el neurocientífico.

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Implante del ancho de un pelo

La directora del Laboratorio de Circuitos Neuronales del Instituto Cajal del CSIC, Liset Menéndez de la Prida, hace la misma advertencia: “Lo que ha conseguido Musk no es nuevo. Hay otras empresas que lo hacen y son líderes en el sector de los implantes”.

Lo que sí es nuevo es que el implante de Neuralink permite leer una actividad neuronal gracias a un gran número de canales de registro -a través de 1.024 electrodos-, que es un dispositivo muy pequeño y prácticamente no invasivo -del tamaño de un pelo- y que gracias a una tecnología inalámbrica permite transmitir la señal en tiempo real, explica la experta en declaraciones a EFE.

Pero más allá de estas innovaciones puntuales, los implantes cerebrales son algo que ya se usa y que laboratorios y empresas de todo el mundo están desarrollando con el objetivo de emplear esas tecnologías para leer la actividad neuronal y poder intervenir, por ejemplo, en personas con crisis epilépticas, para tratar problemas de movilidad o como tratamiento para las personas con enfermedad de Parkinson.

“Todo esto ya lo hacen empresas del sector como Blackrock Neurotech o Synchron, las empresas que compiten con Neuralink porque, al final, estos desarrollos forman parte de una carrera entre varias empresas por hacerse con el mercado de la neurotecnología”, concluye la investigadora del CSIC.

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El tema ético de dirigir el cerebro

Hasta ahora, los implantes cerebrales se han desarrollado en una sola dirección: desde el cerebro hacia el exterior (generalmente una computadora que procesa las señales), pero el proyecto de Neuralink aspira a poder trasladar información también en la otra dirección, hacia el cerebro.

Sobre este punto, Juan Lerma aclara que esta parte también se ha hecho ya, en monos: “Utilizar la tecnología para estimular el cerebro sin que los sentidos hayan intervenido, también se ha hecho, no es nuevo ni revolucionario, sino el lógico devenir del progreso tecnológico”, opina.

En cualquier caso, la posibilidad de que en un futuro “no tan lejano como creemos” sea posible comunicarse con el cerebro para extraer información y para introducirla y dar órdenes es algo que habría que empezar a plantearse ya porque conlleva problemas éticos, avisa el neurocientífico.

“La velocidad a la que esta tecnología está avanzando es muy alta, y dentro de poco habrá que abrir el melón de los neuroderechos”, advierte Lerma. (I)

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