A los 15 años de edad, Ibo Urbiola, politólogo y catedrático universitario peruano y actual asesor del Congreso Nacional, perdió a su padre y a su hermano, de apenas 12 años, en un ataque reivindicado por el grupo terrorista Sendero Luminoso que fue perpetrado en su vivienda en la ciudad de Abancay, capital del departamento de Apurímac, del que su padre era prefecto.

Gilbert Urbiola Valer, su padre, fue asesinado un 10 de agosto de 1987 a sus 48 años, en un atentado en el que murió, además, Lenny, el menor de sus ocho hijos, y el policía de 28 años que custodiaba su vivienda. Su familia se vio obligada a huir a Lima por las constantes amenazas, como muchas otras del sur andino de Perú.

Su hijo Ibo lo recuerda con profunda admiración y dice que fue un militante desde su juventud de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, el tradicional partido aprista que cuenta con muchos mártires asesinados por el terrorismo.

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Gilbert Urbiola desde que asumió el cargo de prefecto, en 1985 por pedido del entonces presidente Alan García (1985-1990), lo desempeñó con profunda dedicación y con una posición firme para la lucha contra el terrorismo que ya se expandía de Ayacucho hacia Apurímac, pese al riesgo que representaba y a los pedidos de su esposa, de que lo reconsiderara por su numerosa familia, con hijos aún en etapa estudiantil.

El prefecto de Apurímac, Gilbert Urbiola Valer, en una actividad oficial junto a por autoridades civiles y militares en 1987. Foto: CORTESÍA

“Creíamos que era difícil que haya un atentado terrorista específicamente en Abancay, pero cuando conocí los detalles del ataque en el que murió mi padre, me enteré de que fue muy bien preparado. Según las investigaciones que hizo la Policía, sabemos que fue un comando de aniquilamiento que vino desde Ayacucho, en el que participaron por lo menos 15 terroristas y fue el único atentado terrorista selectivo que se produjo en la ciudad, todos los demás fueron en las partes altas de la provincia”, cuenta Urbiola.

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El politólogo, de 49 años, recuerda con gratitud a quienes, pese a las amenazas de muerte asistieron al funeral de su padre, su hermano y el policía y comenta que Sendero Luminoso cometía asesinatos selectivos o incursiones en distritos muy pobres del Perú, en la mayoría de casos en poblaciones rurales dedicadas al agro y a la ganadería, y que en esa expansión asesinaban a autoridades que eran principalmente alcaldes, gobernadores, campesinos y profesores.

“Sendero Luminoso tuvo un proceso que denominaron “del campo a la ciudad” era un plan para tomar el poder por las armas, una revolución distorsionada y demagógica, y dentro de ese plan lograron primero poner en zozobra a los departamentos del sur andino peruano, que hasta la actualidad es el que curiosamente se siente excluido y en cada elección vota por la izquierda radical, incluida la última elección del presidente Pedro Castillo, que ahora tiene funcionarios vinculados de alguna manera al pensamiento del recién fallecido Abimael Guzmán”, relata.

“Para mi familia el atentado marcó un antes y un después al igual que para todo Apurímac, mi papá siempre estuvo vinculado a la política y fue reconocido en el sector sindical”, cuenta Urbiola.

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Para los Urbiola, los días y semanas posteriores a la muerte del jefe del hogar fueron muy complicados y toda la responsabilidad recayó en la madre, Luisa Sierra, quien quedó viuda a los 47 años con siete hijos, el mayor de 24 años y el menor de 13 años.

“Mi mamá logró sacarnos adelante, con mucho esfuerzo, y logramos asentarnos en Lima y continuar con nuestros estudios. Al igual que mi madre muchas otras viudas, producto del terrorismo, vivieron lo mismo y hay que reconocer la valentía que tuvieron”, dice el sexto de sus hijos.

Urbiola cuenta el terrorismo agarró a Perú de sorpresa y sin ninguna legislación que respalde a las víctimas, quienes tuvieron que organizarse en federaciones o asociaciones. Su madre lideró la creación de la Asociación de Familiares Víctimas del Terrorismo (Afavit), creada con el fin de dar apoyo a otras viudas para que obtengan los beneficios sociales y económicos correspondientes y también buscar otros mecanismos como becas para los huérfanos y que en gran medida lo lograron.

El prefecto de Apurímac, Gilbert Urbiola Valer, en su discurso cuando asumió el cargo por pedido del entonces presidente Alan García. Foto: CORTESÍA

Los ataques terroristas se hicieron más notorios en Lima recién a finales de los años ochenta e inicios del noventa, ya en el gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000), relata Urbiola. Su familia fue testigo nuevamente de atentados, coches bomba y asesinatos de autoridades importantes como ministros de Estado y dirigentes sociales y subraya que recién en esa época dimensionaron en Lima, lo que representaba Sendero Luminoso y lo que quienes provenían de la sierra ya lo habían vivido con crudeza, sobre todo a raíz del atentando con coche bomba en Miraflores el 16 de julio de 1992.

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La captura de Guzmán, en septiembre de ese mismo año, fue un duro golpe al terrorismo, dice el catedrático y enfatiza en que hay que reconocer la labor de los servicios de inteligencia, sobre todo el de la Policía Nacional y del Ejército, “que en su momento y de manera errónea quiso atribuirse el gobierno de Fujimori”.

Ya a inicios del 2000, Urbiola cuenta que se creó la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación que, desde su punto de vista, fue una decisión que tuvo más desaciertos que aciertos y en la que su familia no aceptó brindar ningún testimonio.

Ibo Urbiola, politólogo y catedrático universitario peruano y actual asesor del Congreso Nacional, junto a la tumba de su padre, quien falleció en un ataque de Sendero Luminoso. Foto: CORTESÍA

“Fue un desfile de testimonios crudos que terminó por abrir más las heridas. Entre los integrantes pusieron a gente de izquierda, complaciente con Sendero Luminoso, y la comisión tuvo el error de equiparar las acciones terroristas con los excesos de las Fuerzas Armadas y se habló de un conflicto político armado en el que hubo dos bandos con aspectos negativos”, refiere.

Han pasado 34 años del ataque que cambió la vida de la familia Urbiola-Sierra, el testimonio de Ibo es reflejo de los tiempos difíciles que vivió Perú por el terrorismo, pero a su vez es muestra de la recuperación de las víctimas que, entre el dolor y las heridas, lograron salir adelante. (I)