Cecilia Calderón: Los militares querían crear caos, pensaban que por el asesinato de mi padre la gente se iba a levantar y ese era el pretexto para suspender las elecciones

Tres días antes de que su padre, el excandidato presidencial del Frente Radical Alfarista (FRA), Abdón Calderón Muñoz , fuese baleado, Cecilia Calderón Prieto -que entonces tenía 27 años- dio a luz a su hija más pequeña, María Cristina Castro.Él estaba en una convención política del partido en Riobamba y había decidido acompañar a la militancia porque se lo habían pedido con insistencia, pero estaba “como diablo en botella”, desesperado por regresar a Guayaquil y ver a su nieta. Y sí la pudo conocer y tener en brazos.Cecilia cierra los ojos y recuerda cómo fue ese 29 de noviembre de 1978 en que su padre sufrió el atentado que le provocó la muerte once días más tarde, el 9 de diciembre. El crimen político ordenado por la dictadura militar que tiñó de sangre el retorno a la democracia en Ecuador.“Ese día, mi papá tenía convenido con los masones que iría a dar una conferencia en una ‘tenida blanca’, que son esas invitaciones para personas externas. Salió de su oficina, que estaba en el edificio Gran Pasaje, en 9 de Octubre y Chile. Hasta el templo masónico no había muchas cuadras... Fue en su carro, él tenía una camioneta que era también su tribuna, pues cuando iba de pueblo en pueblo ponía un parlante y daba sus discursos. Se fue por la calle Boyacá y al llegar al templo masónico le disparan por detrás”.La hija del político dice que él trató de defenderse, pero le pusieron “todas las balas que se pudieron descargar. No recuerda cuántas fueron. Lo cierto es que quedó tendido en media calle.“El portero del templo masónico da la voz a los que ya estaban adentro. Lo recogen y lo llevan de inmediato a la Clínica Santa Marianita, que quedaba a pocas cuadras de allí”.Ella recibió la noticia mientras daba de lactar a la pequeña María Cristina. Apenas había salido de la maternidad un día antes. “Ya era de noche, llegó una amiga de la familia y nos dio la noticia”, que ya se divulgaba en todas las radios y las estaciones de televisión de la época. Ella y sus hermanos estaban devastados.Cecilia Calderón, que es economista como su papá, cuenta que las primeras pistas de los responsables del crimen surgieron de manera casual. “Un taxista que iba con dos personas tenía puesta la radio y una de ellas hizo el comentario: ‘Pero si acabamos de pasar por allí y yo vi que el que iba en la moto era mi compañero de la universidad, Plin Méndez. Ese taxista le avisó a alguien del partido e inmediatamente nos lo dijeron a nosotros, y así se comenzaron a unir cabos”.Los militantes del FRA empezaron a moverse, averiguar quién era este Méndez que había disparado contra el político. Se mandó también la descripción a los medios de comunicación. “A Plin Méndez se lo toma preso en Ambato porque alguien lo vio. Había un militante del partido, que a su vez era compadre de mi papá, que tenía un almacén en Ambato, y la gente del almacén escuchó a un vecino que dijo que había llegado alguien de Guayaquil y lo reconocieron”, relata Cecilia. Guillermo Plin Méndez, un estudiante de Medicina de la Universidad de Guayaquil, fue capturado el 7 de diciembre de 1978. Mientras eso ocurría, Abdón Calderón Muñoz luchaba por su vida. Los médicos le dijeron a la familia que para salvarse debían llevarlo a Estados Unidos. Y así fue. “Un tío nuestro hizo las gestiones y logró que venga un avión ambulancia. Pero no pudieron ni siquiera hacer que recobre la conciencia. Las balas le comprometieron órganos importantes y cuando la persona se desangra comienzan a fallarle los demás. Murió el 9 de diciembre de ese año”, recuerda Cecilia.Ya detenido, Méndez dijo que era parte de los atalas de la Universidad de Guayaquil, “el brazo ejecutor de la dictadura militar”, y que el que le había disparado a Calderón fue Luis García Almeida, alias Gordo Lucho , que nunca fue encontrado ni procesado. Contó que unos meses atrás su jefe, Abel Salazar, le había dicho que iban a atentar contra Calderón por las denuncias que hacía contra los militares , y que de él había recibido el dinero.Pero fue la confesión del mayor Jaime Hermosa, quien era coordinador del Ministerio de Gobierno , la que permitió establecer los nexos de la dictadura militar con el crimen.“Él dijo que, efectivamente, él había sido el encargado de venir acá a traer el dinero, en la Gobernación a estas personas, etcétera... Y llegamos a establecer que la orden fue dada por el ministro de Gobierno de ese entonces, el general (Bolívar) Jarrín Cahueñas. Pero él no tomó la decisión por sí mismo, sino luego de tener una reunión con el Consejo Supremo de Gobierno, que estaba conformado por varios generales”.Mucha de la información que permitió esclarecer el caso fue proporcionada con la ayuda de la militancia del FRA, destaca Cecilia Calderón.“Lo querían muchísimo. Para él, ser el director del partido no era ser solamente un señor que de repente se aparecía. Él se reunía con su gente, con sus dirigentes, casi todos los días, los veías en la oficina siempre hablando de política; pero una vez por semana de ley había una asamblea grande donde venía gente de los barrios, él se movilizaba por todo el país...”.“Recién había sido candidato a la Presidencia y eso implicaba que se había recorrido todo el país y si bien él no había ganado las elecciones, le tenían muchísimo afecto, porque su campaña era una campaña de ideas. Y él llegaba en su camioneta, se quedaba en un sitio previamente determinado y en ese se paraba atrás y la gente, a la que ya por la radio local se la llamaba, concurría”.“Y no era solo un discurso de campaña, era para explicarles lo que era la democracia, por qué tenían derechos, que el petróleo era para construir un Ecuador nuevo, lo que pasaba con el oro de la Reserva Monetaria Internacional porque en esa época los militares vendieron ese oro y esas eran sus grandes denuncias”. Las denuncias que incomodaron al poder militar.Cecilia Calderón señala que el crimen de su padre ha sido el único crimen político de la dictadura militar que se procesó en un juzgado y que terminó con sentencia condenatoria. En 1982, a Jarrín Cahueñas se lo condenó a doce años de prisión como autor intelectual del asesinato y a Hermosa a seis años, en calidad de cómplice.Ella siente, sin embargo, que no se hizo justicia porque Jarrín debió ser condenado a 25 años. “Consideraron que el ser ministro de Gobierno era un atenuante... Y debió ser un agravante porque la orden vino de un ministro, se utilizó dinero del Presupuesto General del Estado, se contrató a gente de la Policía para que ellos a su vez contraten a los que dispararon. Y eso es un crimen de Estado, no hay vueltas que darle”.Y que tampoco hubo una reparación histórica “y eso es gravísimo”, porque sí existe una Ley de Reparación de Víctimas de violaciones a los derechos humanos, pero esta abarca el periodo que va de 1984 al 2008. “Tenemos que pedir la inconstitucionalidad de algunos artículos”.Ella señala que, con el crimen de su padre, lo que buscaba la dictadura era “truncar el retorno a la democracia” y, por supuesto, acallar su voz.“Jaime Roldós Aguilera había pasado a la segunda vuelta, algo que los militares no se esperaban. Mi papá dijo que su respaldo sería para él. Por eso es que cuando Roldós supo la noticia, su primera declaración fue que “no habrá perdón ni olvido para los criminales de Calderón”.“Había mucha efervescencia por la elección de Roldós. Entonces querían crear un caos, pensaban que por el asesinato la gente se iba a levantar, que iba a protestar. Ese era el pretexto para decir que, para calmar toda esta situación, ya no habría elecciones y ellos seguirían allí”.Y, asimismo, querían cerrarle la boca a Calderón, “que de ley iba a ir al Congreso (Cámara de Representantes se llamaba en ese momento) porque en esa época los candidatos a la Presidencia que no habían logrado ser elegidos podían ir al Congreso Nacional presidiendo sus listas”.El entierro de su padre fue multitudinario. “Nunca he visto un entierro como ese en Guayaquil, salvo el de Julio Jaramillo (en febrero de 1978)”, recuerda.No conformes con todo esto, cuenta ella, el Tribunal Supremo Electoral de la época, que todavía tenía influencia de la dictadura, dispuso que el FRA sea borrado del registro de partidos políticos. “Fue una lucha paralela; mataron a Calderón y mataron a su hijo espiritual, que era el partido que él había creado”, dice.“El día del entierro también se reunieron los del partido y dijeron había que ponerle una cabeza y decidieron que yo sea la directora del FRA. Entonces, sobre el cadáver de mi padre, yo asumí la dirección nacional del Frente Radical Alfarista”, recuerda.Todos consideraron que ella era la más indicada para asumir esta tarea. “Yo no era una improvisada porque tenía la experiencia de haber vivido con él todo este proceso de lucha democrática”.“Cuando eran elecciones, mi casa se convertía en un taller porque allí se hacían las camisetas, las banderas. Mi mamá era también superpolítica. Yo la recuerdo cosiendo en la máquina y nosotros ahí oyendo en la radio los discursos de mi papá en el programa La Voz Liberal y de repente decían que están atacando la sede con botellas de ácido. ¡Ay, Dios mío! Deja la máquina y ponte a rezar el rosario”.“Mi mamá murió cuando yo tenía 20 años. Y desde entonces yo estaba en la oficina con mi papá, él me enseñaba, le hacía los boletines de prensa, las comunicaciones, esto para mandar a Riobamba, esto para acá, no sé qué, mira lo que pasa acá”.“En las campañas él iba en su camioneta, pero yo iba en una camioneta delante abriendo camino de pueblo en pueblo, y la última vez iba así, con la barriga (del embarazo de Cristina)”.Cuando asumió la dirección del partido, Cecilia empezó a recorrer nuevamente el país para fortalecerlo, y a la par hacía gestiones para reactivarlo. “Después de los mítines recorríamos las calles pidiendo justicia... Como para ese momento ya estaba elegido el Congreso Nacional, pedimos audiencia y allí explicamos lo que pasó con el crimen y lo del partido. Me dieron tribuna y los diputados llamaron a investigar lo que había pasado en el FRA y fueron firmes en que no había motivos para eliminar a un partido político y nos restituyeron”.Cecilia Calderón inició entonces su carrera política con el fin de mantener su legado. “Él quería mantener la memoria de Eloy Alfaro. Por eso nuestro partido se llamaba Frente Radical Alfarista. Siempre decía que la revolución de Alfaro era una revolución inconclusa porque lo asesinaron”.“Primero fui candidata a consejera (en 1980). Eso fue en tiempo de Jaime Roldós, que apoyaba a Abdalá Bucaram, que era su sobrino, y ellos estaban en pugna con el CFP. Don Assad Bucaram apoyaba a su hijo Averroes. Y yo fui por mi partido, el FRA. Y siendo el uno presidente de la República y el otro presidente del Congreso Nacional, mi lista ganó en Guayas de largo”. Ahí llegó a ser vicepresidenta del Consejo Provincial.Fue al Congreso en tres ocasiones: dos como diputada provincial, en 1986 y 1988; y una como diputada nacional, en 1998, pero con el auspicio de la Izquierda Democrática (ID).Para ese año ya había perdido la dirigencia del FRA por disputas internas con Fabián Alarcón, que llegó a ser presidente interino del Ecuador, tras la caída de Abdalá Bucaram, en 1997.En ese último periodo coincidió con el emepedista Jaime Hurtado González, que sería asesinado por sicarios en febrero de 1999. “Yo a él lo quería mucho. Yo venía de un colegio de monjas a la Universidad de Guayaquil. Tenía 19 años y todo me encantaba. Estaba entusiasmada con las elecciones de la Federación de Estudiantes y voy a escucharlo al candidato Jaime Hurtado. Me quedé prendada. ¡Qué discursos! Además, él como que te hacía magia porque tenía sus manos negras y blancas y las movía (de adentro hacia afuera), así, así...”. En cambio, al excandidato presidencial Fernando Villavicencio, asesinado el pasado 9 de agosto, nunca lo conoció en persona, solo por los medios de comunicación. Dice que encuentra ciertas similitudes entre el caso de su padre y el de Villavicencio: ambos fueron candidatos a la Presidencia de la República y denunciaron la corrupción.Pero que sí son diferentes, empezando por el contexto en el que ocurrieron los asesinatos. Calderón denunciaba los negociados de la dictadura, que era la que gobernaba en ese tiempo; Villavicencio solía señalar a los gobiernos anteriores.“También en ese tiempo había más buena fe en la gente, en el pueblo, tú podías confiarte, ¿no? O sea, mi papá jamás llevó guardaespaldas. Yo tampoco. Nunca pedimos apoyo a la policía para que nos resguarde. Y yo veo que en el caso de Villavicencio, y eso es una cosa que me dejó atónita, que al candidato lo cuidaba tanto la Policía pero lo matan a vista y paciencia de todos”.“Y otra cosa que es distinta es que con mi papá todos estábamos juntos, familia y militancia del partido en todo el Ecuador. Aquí veo que hay problemas, ¿no? Esa división es gravísima porque puede interferir la investigación. Terrible. Es tremendo porque pone en evidencia que hay intereses creados cuando en esos momentos lo único que importa es la verdad, la justicia, porque nadie tiene derecho de quitarle la vida a otro ser humano, porque piensa distinto o porque lo que te dice te ofende”, indica Calderón, que por estos días dice estar retirada de la política partidista, pero no del servicio público porque sigue activando en grupos de ayuda y capacitación ciudadana. (I)

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