Metodologías estadísticas diferentes, manipulación deliberada de resultados para uso político y hasta respuestas falsas de los entrevistados que menosprecian la política son las razones que dan algunos consultores políticos consultados respecto a las importantes diferencias que presentan las encuestas de intención de voto publicadas en redes sociales y medios de comunicación del país en las últimas semanas.

Ecuador irá nuevamente a las urnas el próximo 20 de agosto, luego de que el presidente de la República, Guillermo Lasso, decretara la muerte cruzada por la cual disolvió la Asamblea Nacional y adelantó las elecciones presidenciales y de legisladores.

Los sondeos divulgados por las empresas encuestadoras le dan el primer lugar de intención de voto a Luisa González, la candidata del correísmo, pero no coinciden en quién va segundo.

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Para el consultor Gustavo Isch, primero hay que entender que las encuestas son solo “la radiografía del momento: averiguan cuánta gente piensa lo que piensa sobre un tema, pero ese pensamiento puede cambiar de un rato a otro. Las encuestas no son predictivas. Hay métodos cualitativos muy modernos que permiten identificar y ubicar con mayor precisión no cuántos, sino por qué la gente piensa lo que piensa y actúa como actúa y toma las decisiones que toma en política”.

En ese contexto, dice que hay muchas causas por las que los sondeos difieren: “Primero porque hay muchas encuestas que no son confiables. Luego, hay encuestadoras que manejan enfoques técnicos incompletos o sesgados, porque pueden estar jugando a favor de un candidato; hay encuestas direccionadas desde las candidaturas para manejar datos a favor de sus intereses. Y algunas empresas en Ecuador y en otros países se han transformado en actores políticos, cuando deberían dedicarse a obtener infomación fiable y objetiva”.

Su colega Jorge León menciona que los resultados de las encuestas dependen en gran medida de la metodología que utilicen las empresas que las realicen. “Dependen de la muestra o universo (número de casos, ubicación geográfica, perfil de los entrevistados) y de cómo se haga: si son digitales, telefónicas o de carne y hueso; estas son las mejores, pero son muy costosas, poque se requiere personal y equipos para levantar la información y tabularlas, mientras que para otras solo usas bots y están listas en minutos. El tamaño de la muestra debe ser representativo para que tenga la mayor validez posible”, expresa.

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León señala que las encuestas son útiles para los equipos de campaña de los candidatos, “aunque no sean la verdad”, para determinar el impacto de las estrategias usadas y corregirlas. “En el aspecto político se las usa para filtrar la intención de voto, el nivel de conocimiento, quién viene subiendo, más aún en este tipo de elecciones en que hay mucha indecisión todavía, y esa indecisión probablemente se embarque en el segundo candidato luego del debate del próximo domingo”, indica.

En un artículo de opinión publicado el pasado 5 de agosto en el medio argentino Perfil, el estratega político Jaime Durán Barba explica que la forma de realizar encuestas en el mundo ha cambiado al ritmo de las sociedades. Las mejores, en efecto, son las presenciales, pero “el auge de la delincuencia es un fenómeno mundial; no solo existe en ciertos países. Las encuestas presenciales no funcionan bien, porque siempre hay zonas muy peligrosas, controladas por delincuentes y bandas de narcotraficantes, en las que no se puede trabajar con tranquilidad. En ciudades como Buenos Aires, más de la mitad de la población vive en edificios y barrios privados en los que es imposible que los encuestadores accedan al ciudadano que necesitan entrevistar”.

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Por ello, “lo que han hecho las encuestadoras para afrontar este problema es aplicar encuestas telefónicas. El método funcionó por algún tiempo, pero los teléfonos fijos están casi extintos y la gente usa celulares. Con ellos es difícil saber en dónde vota quien contesta y otras informaciones necesarias para cumplir con la muestra”.

Pero lo de fondo es que “el ciudadano común es el que tiene el poder de decir la verdad o de engañar a los poderes, y los encuestadores son vistos como parte del establishment. Quien contesta el teléfono dice la verdad o miente cuando afirma si tiene tal edad o cualquier otro requisito de la muestra. Si la encuesta se hace usando celulares, él es quien dice en dónde vota y otras informaciones.

Adicionalmente, tres de cada cuatro entrevistados por teléfono simplemente no quieren ser entrevistados, lo que supone un sesgo: la encuesta se aplica solo a un grupo de ciudadanos que está interesado en la política; no representa al 70% que rechaza a todos los partidos y candidatos. En la sociedad lúdica de internet, es probable que al menos la mitad de los que acceden a responder esté jugando o quiera confundir a los encuestadores”.

Esto no significa, según Durán Barba, que las encuestas no sirvan para nada. “Lo que pasa es que no son bolas de cristal para adivinar el futuro. No sirven para saber quién tiene el porcentaje X y si tiene dos puntos o menos que hace una semana. Ese es un uso equivocado de las encuestas que está generalizado entre los políticos y los medios de comunicación”.

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E incluso en las propias encuestadoras, de las que el analista político Wilson Benavides cree que en ciertos casos han hecho pactos o acuerdos con los candidatos para manipular la decisión del voto.

“Hay un uso político de las encuestas a menos de quince días de las elecciones; esto se reflejó en los últimos días, cuando una empresa publicó resultados donde lo pone segundo a Yaku Pérez y enseguida este saca un tuit diciendo: ‘Ya estamos en segunda vuelta’. Lo mismo hizo Jan Topic, que saca la encuesta de su papá diciendo que también va segundo... Con esto, los actores políticos buscan legitimar su supuesta popularidad, y los resultados de las encuestas terminan tergiversándose no por la data que levantan, sino por la interpretación política que se les da”, opina el académico.

“La fórmula es ‘Yo gano en las encuestas y luego fuerzo la realidad, porque la encuesta ya me dijo que ganaba y tengo que ganar’; y si no gana, entonces es fraude”, refiere Benavides, quien agrega que esto es un peligro para la institucionalidad electoral, porque la encuesta es una intención de voto, no uno como tal.

Benavides dice que las encuestas no necesariamente están mal hechas, pero sí podrían estar sesgadas, aunque en sus años como periodista nunca conoció a nadie que haya sido encuestado. “¿Cómo las hacen? ¿Cuál es el universo? ¿Tienen alguna plantilla?”, cuestiona.

Desde el sector de los encuestadores, Álvaro Marchante, de la empresa Comunicaliza, admite que hay una “una clara guerra de encuestas”. “En todas las estrategias han visto que existe una pelea por el segundo puesto y que el voto útil puede definirse con base en quién esté segundo en las encuestas. Esto sí puede darse, pero en un escenario en el que todas coincidan en quién va segundo. El efecto se pierde cuando cada encuestadora indica a un segundo diferente. Es posible que algunas encuestadoras hayan caído en la tentación de jugar a ser parte de la estrategia y a indicar que va segundo el candidato que les contrata”, expresa.

Pero también puede ser que haya fallas en la metodología. “Podrían estar considerando solo ciertas zonas, como priorizando lo urbano frente a lo rural, o las zonas más seguras y dejando fuera ciertos barrios populares. Por ejemplo, con encuestas presenciales quizás no quieras llevar a tu gente con equipos tecnológicos al Guasmo de Guayaquil; con encuestas virtuales o telefónicas sí puedes llegar sin riesgos. El Guasmo es uno de los barrios más poblados de Guayaquil”, dice el encuestador.

El Consejo Nacional Electoral (CNE) ha registrado a 25 personas naturales y jurídicas para realizar pronósticos electorales, y a cinco paa efectuar encuestas a boca de urna o exit poll.

Según el Código de la Democracia, los sondeos solo pueden divulgarse hasta diez días antes de las elecciones, esto es, hasta este jueves, 10 de agosto. (I)