En la sala de su casa, en una lona de un metro cuadrado, Jenny Chalén ha puesto la foto de su hija Emily junto a una frase: “Tu rostro de alegría será siempre nuestra motivación en los momentos difíciles, siempre tuviste una sonrisa para todos”. Jenny mira la foto de su niña todos los días. Era su primera hija, la que la seguía para todo lado. “Caramba, que la cometa no vuela sin el rabo”, le decía Jenny, cuando Emily la veía salir y corría detrás de ella.

Así fue hasta la noche del 23 de abril, cuando Emily, de 15 años, estaba dentro de la casa de una vecina de la cuadra y en una balacera entre delincuentes un proyectil impactó en su cabeza. “Me dijo que le diera permiso, que iba donde la vecina a enseñarle Tik Tok. Le dije ‘ya, pero a la calle no, dentro de la casa”.

A los cinco minutos, dos motorizados pasaron por su calle, en la 26 y callejón Q, en el suburbio oeste de Guayaquil. Desde quince cuadras antes, en la 40 y la C, perseguían y disparaban a dos hombres que se habían llevado a uno de sus amigos y que huían en un vehículo. Jenny cerró la puerta de su casa y al segundo la abrió para ver si su hija estaba bien.

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Cuando fui a la esquina, la vecina me dice ‘su niña, venga a ver’. Yo pensé que se había desmayado, pero cuando la fui a coger ya estaba bañada en sangre. La bala entró por la mandíbula, le destrozó los dientes. Nosotros la llevamos al hospital con la ayuda de un vecino, porque la ambulancia nunca vino

Jenny Chalén, madre de Emily.

Emily ya casi no respiraba. Su padre de crianza, Walter Cuenca, aún la alcanzó con vida. “Le dije ‘no te vayas, mija, que me vas a dejar solo’, y se desmayó. Me miró como diciendo papá, no quiero irme”, recuerda Walter, un instructor militar que estaba orgulloso de Emily porque ella quería ser como él, seguir la vida militar.

Emily estaba matriculada en el colegio Otto Arosemena Gómez. “Ella no estaba en la calle, sino en una casa. El sector es tranquilo, nunca había pasado esto, yo creía que mi hija se había desmayado”, cuenta Jenny mientras pide a las autoridades detener las muertes violentas, que no haya tantas víctimas colaterales.

Paren las muertes, no podemos permitir más víctimas inocentes, que no tienen nada que ver con sus riñas, no solo se matan entre ellos sino que matan a nuestros hijos y nos dejan a las madres muertas en vida, porque, prácticamente, es un dolor que nunca se supera. Un hijo no es igual que el otro, ella era la alegría de la casa, la chistosa, dormía conmigo, adonde iba quería ir

Jenny Chalén, madre de Emily.

De la muerte de Emily no hubo investigación en Fiscalía. La familia no presentó una denuncia. Jenny asegura que un policía llegó a su casa, le dejó un papel y ‘no volvió más’. Ningún detenido. “Yo al denunciar nadie me va a devolver a mi hija, lo cogen preso, lo condenan, pero nadie me va a devolver a mi hija, más bien la gente de ese hombre puede querer hacerme daño”.

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Hace un mes, cuenta, una prima suya que tiene un esposo abogado le pidió la autorización para acercarse a la Policía Judicial y conocer del caso: “Le dijeron que el agente investigador había sido cambiado, no sabemos nada más, el abogado está averiguando”. (I)