El tiempo es inexorable e infinito como son los pensamientos y vivencias del hombre, unas pletóricas de felicidad cuando la satisfacción del deber cumplido y los logros alcanzados nos llenan de alegría, y otras adversas, cuando nuestros sueños encuentran vallas infranqueables o demuestran el inevitable contratiempo de nuestros errores de apreciación y evaluación de las circunstancias que nos rodean. Es la naturaleza del hombre. Basta analizar la historia para entender que el mundo sería un paraíso si la humanidad no se equivocara y causara a sí mismo sufrimientos personales o colectivos, producto de sus doctrinas, pasiones y deseos de poder. Desde Caín hasta Hitler y, en nuestros tiempos, Gadafi, Hosni Mubarak, Sadam Husein, Bashar al-Asad, los Castro, Chávez, Maduro, los Kirchner, ISIS y similares, llevados por corrientes de pensamiento no concordantes con las realidades de la evolución, unos por sus deseos de poder perpetuo, otros convencidos de doctrinas que rayan en el colectivismo arcaico y, los radicales seguidores de una doctrina religiosa, que además es código de conducta y ley, que aspiran a rehacer el imperio del Islam de la edad media en un califato que incluya los países del Cercano Oriente, Norte de África y España, en el que quien no profese su religión no es digno de vivir. Esto que ocurre hoy, para muchos de ustedes será una pesadilla comparada con sus sueños de niños de viajar en el siglo XXI en autos voladores y movilizarse a lugares lejanos por teletransportación en un mundo sin miserias ni pobreza extrema. Pues la verdad no es esa. La humanidad ha avanzado, se ha tecnificado y continúa la vorágine de nuevos descubrimientos en todos los campos y disciplinas, pero no ha hecho lo suficiente por lograr un mundo con menos desigualdad. La pobreza extrema, caldo de cultivo de los nuevos “Mesías”, se multiplica por el dinámico crecimiento de la población. No han sido suficientes las acciones lideradas por las Naciones Unidas para la reducción de la pobreza hasta el 2015, y no será suficiente la meta para el 2030, a menos que se eliminen los focos de guerrilla, terrorismo y dictaduras que asuelan con su poder a los pueblos subyugados, matan, abusan y los mantienen en pobreza absoluta. Es indispensable liberar esos países de la ignominia y democratizar sus gobiernos. No hay tiempo para eclecticismos.

Los problemas del Ecuador son menores pero no menos importantes: más de cinco millones de ecuatorianos viven en el campo, sobreviven de labores agrícolas y cría de ganado y aves, y por su condición, escasos conocimientos y exiguo patrimonio, están impedidos de ser más productivos para mejorar sus condiciones de vida. Se trata del 33% de la población. A esta bomba de tiempo debemos añadir el alto déficit fiscal 2015 y 2016, la economía decreciendo por la exagerada dependencia en gastos e inversiones del sector público disminuidos por la baja del precio del petróleo, reducción del empleo productivo, pérdida de competitividad con países exportadores competidores por no contar con acuerdos de libre comercio con Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea, un alto Riesgo País que no hace atractiva la colocación de papeles públicos y privados en el mercado internacional y la falta de incentivos a la producción de productos agrícolas exportables y nos encontramos en un preocupante escenario para el amanecer del nuevo año.

Como no está al alcance de nadie cambiar la situación de la noche a la mañana, no queda sino sembrar en nuestras conciencias la urgente necesidad de exigir al Gobierno, al sector privado y a los partidos políticos serios, acordar un pacto social que dicte soluciones válidas dirigidas a lograr que los campesinos y pequeños agricultores se conviertan hasta el 2030 en personas productivas con ingresos suficientes y con una calidad de vida digna y apartados de los riesgos de que el ilusionismo abuse de sus necesidades y los utilice para ganar elecciones, y en segundo lugar, aferrarnos a la esperanza de que recapacite el Gobierno y acepte que la única forma de lograr el equilibrio de la economía en las actuales circunstancias, es adecuar el modelo económico a nuestras realidades y a las del entorno global. (O)

La pobreza extrema, caldo de cultivo de los nuevos “Mesías”, se multiplica por el dinámico crecimiento de la población.