La canonización de la Madre Teresa, servidora de los pobres entre los pobres, nos recuerda que Cristo es el único Santo. A sus eximios seguidores conocidos llamamos “santos”. La Madre Teresa representa a miles de mujeres que, calladamente, han gastado y gastan su vida en el servicio a los pobres. Ella con su ejemplo cuestiona que el 10% de la humanidad merezca todos los bienes.

Su canonización plantea preguntas y da respuestas acerca del ser y del hacer cristiano.

a) Preguntas: ¿La pobreza, entendida como carencia de bienes materiales y como marginación, es en sí misma querida por Cristo, que nos salvó, muriendo pobre y marginado en la cruz? ¿Tenemos que consolarnos con el sufrimiento hoy, pues mañana seremos felices en el cielo?

b) Respuestas: la Biblia es como una carta larga de 73 libros, o capítulos. Hay que mirar el mensaje en la carta completa: En Mateo (5,3 y 25) leemos: “Dichosos los pobres, los que tienen hambre, porque de ellos es el reino de los cielos”. Como que bastaría consolarlos, dándoles de comer. En carta a los tesalonicenses, Pablo afirma: “El que no quiera trabajar que no coma”.

Un hilo conductor de la Biblia es el amor de Dios a la persona humana de carne y hueso. Dios amasa nuestra felicidad con la inmensidad de su generosidad y con la pequeñez de nuestra libre aceptación a dejarnos amar. “Estoy a la puerta y llamo. Si me abres, entraré y cenaré contigo” (Apocalipsis).

La Madre Teresa, guiada, sostenida por Jesús, afirma con su vida que toda persona tiene valor en sí misma. Por poco que quiera y pueda contribuir, merece respeto y tiene derecho a usar los bienes de la tierra, para ser y crecer: reflejo de la justicia divina, que funde, como nota Francisco, amor, justicia y libertad en la misericordia.

Reflexiones:

La relación entre Dios y el hombre no es pasividad; el amor es apertura a Dios y a la creación; todo amor es creativo. Nada no necesita, quiere necesitar nuestro amor. Como es amor, asumió en su yo de Hijo de Dios la humanidad, para recibir en su persona de Hijo de Dios hecho hombre todo servicio a la persona humana.

La organización social ha de cultivar un ambiente en el que la persona pueda ser y crecer, dando su aporte.

El símbolo de la justicia de Dios no son dos pesos iguales, no es la balanza, sino la (des)balanza.

Porque Dios es amor; porque el amor no se impone, el aporte humano imprescindible es la libertad, es dejarse amar. Cristo expresó su amor, poniendo su corazón en nuestra pequeñez (misericordia), dando su vida en cuanto hombre, para que nosotros vivamos. Invita a toda persona a ver en el otro su realidad profunda, es decir, a una persona con su yo propio, imagen irrepetible, respetable e insustituible de Jesucristo.

El que ama quiere que el amado sea, que el amado crezca; quiere la libertad y felicidad del otro. Quien busca imponer su yo a otro yo; quien busca usar al otro no ama. (O)