La feminista Roxcy Bolton empezó una campaña para mostrar el desagrado de muchas mujeres, molestas por ser asociadas arbitrariamente con el desastre. Las campañas de Bolton y otras activistas finalmente persuadieron a las autoridades de Estados Unidos a comenzar a usar nombres masculinos nuevamente en 1979 para nombrar a los huracanes. Sin embargo, hace poco llegó Irma con sus secuelas de muerte y daños materiales.
El amor no tiene color. Es transparente. Dicen que una sonrisa amorosa cuesta menos que la electricidad, pero proporciona más luz. Lo que damos sigue siendo más importante que lo deseado, la magia estriba en la espera. Las sonrisas no tienen color, dejan traslucir el alma. Cuando el amor juega con pétalos de rosas, se vuelve frágil como ellos, a veces se viste de negro, pide prestado un esmoquin, un vestido formal para el matrimonio, el sepelio. Negro significa solemne: conviene particularmente para distinguir un Mercedes Benz oficial de un modelo particular, pero seguimos siendo racistas. El amor no es rosa, tampoco negro. Podría ser azul eléctrico, así lo creía Paul Éluard al ver fotografías de la luna. Los enamorados prefieren hacer alusión al cielo índigo, hermoso de pronto, monótono al final. Siendo dinamismo, energía, relámpago, trueno, fuerza arrolladora, debilidad repentina, el amor se mueve entre nubes. Hay apagones en las mejores plantas eléctricas, quiebras súbitas de pasión, cortocircuitos emocionales, fusibles que se derriten cuando las neuronas salen de sus casillas, vaivén inquietante del voltaje. Después del más ardiente romance nos llega la planilla por el consumo de energía, sin opción a reclamos. El amor huracanado fascina, hechiza. Por más que intentemos adaptar reguladores, sean morales, religiosos o sociales, llega un momento en que la lluvia deja de caer, las represas agotan sus fuentes, nos quedamos secos, áridos, sin lágrimas en reserva. Es cuando nos sentamos en el suelo, damos las espaldas al sol, dibujamos en la tierra cruces, corazones, signos cabalísticos. Si se muere un ser amado, toda la luz se va de pronto: no hay quien pueda componer el medidor. Somos frágiles. Nos embriagamos, incluidos los columnistas, con temas emocionales, intelectuales, metafísicos, políticos, mas basta un grave quebranto para devolvernos la mesura. El paso de los años nos indica la proximidad de algún tren manejado por la muerte. Como nunca cumple con los horarios previstos, debemos esperar en el andén, pendientes de las señales eléctricas. Permiten cruces de rieles, caprichos de suerte, se traban de pronto provocando aparatosos accidentes. El amor, como el arte, es un antidestino. Es también una forma de hacerle un corte de manga a la muerte, lo que llamamos yuca, porque damos nombres de legumbres o frutas a todo lo que tiene que ver con el amor o sus derivados. La pantalla en la que miro lo que voy escribiendo chisporrotea cuando acerco mi mano. Pagaría cualquier planilla con tal de amar hasta la saciedad. Por más que estiremos la mano, el lucero nos seguirá desafiando. Si las saetas de los relojes anduvieran hacia atrás, quizás volveríamos a nacer. Sueño, luego existo. (O)