Casi todas las familias, casas, instituciones, organizaciones tienen reglas.
Pues resulta que a un visitante australiano eterno que ahora dizque es tan ecuatoriano como Don Evaristo, que vive gratis en la Embajada nuestra en Londres, no le gustan ciertas reglas de convivencia...
Querido señor Assange:
Usted y yo somos periodistas. Claro, lo mío nunca ha sido filtrar comportamientos no éticos ni ortodoxos por parte de gobiernos, más bien me dedico ahora a publicar sentimientos por medio de cartas.
Usted y yo vivimos por diferentes motivos fuera de nuestros países, pero no he tenido la suerte de que la Embajada de mi Ecuador en Colombia me evite pagar renta, supermercado, servicios básicos, en fin, que me mantenga.
Entiendo que sus buenos contactos con el señor Correa, Patiño y compañía lo hicieron ver como un ciudadano especial, además que dicen que lo quieren meter preso por supuestos casos de violación y por eso nos han vendido sin más que hay que protegerlo.
Qué terrible debe haber sido para usted que venga el Lenín Moreno ahora a decirle que o se acomoda a nuevas normas o se va. Y es que ya al compañero Moreno, excompañero de Correa, no le gusta que usted reincida en sus pronunciamientos sobre política interna de otros países, lo cual es apropiado. No vale pues que ande hablando de la crisis secesionista de Cataluña, en España, por ejemplo.
Entonces, Julian Paul, no es que seamos mezquinos, ni tacaños, no. Al contrario, excesivamente generosos nos hemos mostrado con usted, que años atrás ni sabía qué era el mote con chicharrón, el yahuarlocro o el encebollado de pescado. Moreno le impone que se conecte solo a la red wifi de la Embajada a través de su propia computadora y de su celular. Sus visitantes tendrán que anunciarse con una antelación de tres días. En cuanto a los gastos de manutención, el Estado ecuatoriano dejará de cubrirlos y lo obliga a someterse a revisiones médicas trimestrales, que pagará usted mismo, además de supervisar el aseo de su lindo gatito y costearse el shampoo para abrillantar su canosa cabellera.
No sea mal agradecido, no vaya a salir por el balcón blanco esquinero de nuestra sede diplomática en Londres diciendo que le estamos vulnerando derechos fundamentales y que queremos ‘amordazarlo’.
Mejor dígale a Baltasar Garzón, tremendo exjuez español que lo defiende, que haga honor a su nombre y que busque a los otros reyes magos para que nos devuelvan a los ecuatorianos un poco del oro, incienso y mirra que no nos sobra, y que le hemos dado a usted durante seis años.
Me despido afectuosamente, esperando conocer Londres pronto, iré a los almacenes Harrods que están a un paso de la Embajada de mi país que ahora es además hotel gratuito, le aviso para toparnos.
Ruth, la ecuatoriana. (O)