En la coyuntura, después de los anuncios oficiales realizados en el curso de la semana anterior, cabe realizar algunos comentarios sobre los temas señalados.

Macroeconomía: Después de mayo de 2017, se cuestionaron oficialmente los resultados de la “gestión” económica de la década anterior. Los habituales anuncios de “cambio, éxito y desarrollo” formulados por el gobierno saliente fueron desmentidos por el presidente Lenín Moreno.

Se precisó, al contrario, que la economía enfrentaba una grave crisis, en todos los frentes. Ninguno de los equilibrios fundamentales, sean los relacionados con la balanza de pagos, la posición fiscal, la deuda pública, la situación del mercado del trabajo, el nivel y tendencias del crecimiento económico, expectativas, etcétera, mostraban lo que los ciudadanos habrían esperado de la época de bonanza experimentada en esos años.

Las cifras solo confirmaron una gran paradoja, causa de las dificultades que el país enfrenta ahora: la “conducción” de una economía de mercado como la ecuatoriana, con arbitrios antimercado. Ilusión fatal.

Esto no quiere decir, una vez más, que los mercados no deban ser regulados ni que no sean aplicadas políticas en beneficio de los sectores vulnerables. Desde los tiempos de Adam Smith la literatura económica lo ha reconocido. De su lado, la sociedad lo demanda.

Si se hace un balance detenido de los rasgos del modelo, posiblemente, por ineficiencias y otros “orígenes”, aumentar un 1% del PIB en Ecuador demandaría con seguridad –como se ha evidenciado empíricamente en Argelia, por ejemplo– más recursos que los que, bajo supuestos comparables, implicaría lograrlo en Chile, Perú o Uruguay.

Tal hipótesis será demostrada pronto, a base de información del periodo 2007-2017. Insistamos solamente en que las economías de mercado deben funcionar en contextos de óptima gestión pública, de una justicia no sometida a la primacía de lo político y con autoridades regulatorias independientes. Esto ordena el desempeño macroeconómico.

En este marco se demandaba la definición oportuna de un Plan Integral Anticrisis, que relacione las esferas macro y microeconómicas; la sectorial y lo global; la de las interrelaciones productivas y externas, entre otras, a fin de, bajo nuevos objetivos nacionales, enfrentar la crisis, previendo los efectos que precipitará la revolución industrial en curso y las transformaciones que ha precipitado ese proceso en el mundo.

Supone esto, por ejemplo, introducir servicios modernos en los procesos productivos, a fin de mejorar la eficiencia y competitividad; favorecer mercados de trabajo compatibles; “seguir” de forma proactiva el progreso; y, redefinir el patrón de inserción internacional en materia de comercio, inversiones y cadenas de valor. Claro, en un marco de proactividad privada y propositiva pública, que habría supuesto la reorganización estatal, lo que desafortunadamente no se hizo. ¿Metas muy altas? ¿Para qué, entonces, se asume el poder en los países?

Hay experiencias exitosas que también pudieron haberse evaluado, sin que ello en ningún caso suponga, como “ingenuamente” lo recogió alguna organización, su traslado mecánico a la realidad nacional. Este sería un escenario de metas bajas, en la práctica, jamás buscado.

FMI: Ante las restringidas posibilidades de ordenamiento, el Gobierno había decidido iniciar conversaciones con el FMI, que permitieron, según se anunció oficialmente, alcanzar un acuerdo de Facilidad Extendida (SAF) para enfrentar las presiones fiscales y externas en los próximos años y favorecer modificaciones estructurales en distintos ámbitos.

Este acuerdo es diferente de los clásicos stand-by y en principio aliviaría las urgencias presupuestales para tramos específicos de las cuentas públicas. No se conocen las exigencias formuladas por el FMI, salvo generalidades: habrá que esperar todavía algunas semanas y varios documentos cuya preparación se estila en estos compromisos. También en los mercados internacionales hay una actitud de prudencia, hasta tanto se apliquen los requerimientos que habría sugerido el FMI.

Es conocido que el Fondo exige un conjunto de medidas y políticas que por lo general suele tener caracteres más bien recesivos, de partida. Gradual y todo, el caso argentino es, en estos días, una muestra.

Así, el crecimiento económico para al menos 2019/2020 estaría en rangos modestos, resultado de la contracción del gasto y subsidios y la exigencia de cumplimiento de estrictas metas cuantitativas de fuentes y usos de los recursos públicos.

Viene, pues, un periodo de ajuste drástico, que se instrumentaría en un contexto de recorte del empleo estatal y del tamaño del Estado, políticas de las que se habría excluido, en principio, el aumento de impuestos –entre ellos del IVA–, visto el carácter procíclico que tienen disposiciones de ese tipo.

Se esperaría que la “coincidencia” electoral 2020/2021 no estimule comportamientos políticos que generarían problemas adicionales. Hay que tener en cuenta, asimismo, que los cambios “estructurales” tampoco suelen dar resultados en el corto plazo, por lo que las dificultades en materia de competitividad y diversificación productiva seguirían aún presentes.

La espera continúa, pues, hasta cuando el Ministerio de Economía y Finanzas precise las demandas de información de los distintos operadores económicos.

IESS-Biess: Tema de alta preocupación y urgencia. La definición de correctivos a la grave crisis del IESS-Biess demanda acciones emergentes, que tampoco se desligan de la conducción macroeconómica general. El asunto, suponemos, seguramente habrá sido también abordado por la misión del FMI.

Los “cambios” normativos que aplicó el régimen anterior han generado dificultades financieras que ponen en riesgo la viabilidad del IESS-Biess. Sobre este último hay, al parecer, una evaluación de gestión aún no difundida, que pondría nuevas alertas y que obliga a una completa rendición de cuentas.

En suma, el país se apresta a experimentar una coyuntura difícil, como resultado de una “gestión” económica incorrecta en la década pasada y de una factura de ajuste que afectará a los sectores medios y a segmentos menos favorecidos.

Ojalá nos hayamos convencido, con Goethe, lo insensatos que somos los hombres si dejamos transcurrir el tiempo estérilmente. (O)