Cuando buscamos maneras de hacer efectiva la democracia, la experiencia de gestión pública en Tungurahua es un referente sólido y probado durante 18 años.
Tuve la oportunidad de escuchar al prefecto Fernando Naranjo, próximo a terminar su mandato al frente de la provincia que se caracteriza por el carácter emprendedor de sus habitantes, que han tenido que lidiar con terremotos, erupciones, sequías y el característico bicentralismo político de la administración estatal. La tierra de los tres Juanes, de las flores y las frutas, del carnaval sin agua, de las carrocerías para automóviles, el tomatillo, los jeans de Pelileo, las cebollas de Quero que reemplazaron a las papas, pues resisten mejor las cenizas del Tungurahua. La tierra de habitantes orgullosos de ser de donde son, que ahora podemos llamar además la tierra de gobiernos provinciales que pusieron en marcha un modelo de gestión que primero se experimentó y luego se legisló. Un modelo vivo, que reinventa y renueva pues se adapta a las demandas sociales y no vende un discurso de refundación, sino de perseverancia y de cambio desde dentro de las estructuras existentes haciéndolas confluir en propuestas comunes a partir de objetivos planteados y aprobados por todos los representantes habilitados para hacerlo. Un modelo de gestión política donde las personas son las importantes, donde se habla de nosotros, donde se potenció y coordinó un modelo de participación muchas veces disperso y a veces opuesto, mediante la asamblea provincial, la junta de gobierno, tres parlamentos: el del agua, el trabajo y el de la gente, cada uno de ellos subdividido en grupos. Todos los que hacen parte de algunas de las instancias de ese gobierno provincial son representantes elegidos por los entes correspondientes. El lema de trabajo es “todos deciden, todos acatan”.
No se puede compartir todo en este espacio pero sí me permito copiar de la sistematización realizada por la fundación Esquel sobre el trabajo realizado, las pautas de comportamiento que sostienen una serie de valores compartidos por todos los involucrados en ese proceso:
Es un gobierno de puertas abiertas, de escucha de los otros, de los diferentes, no solo de los que comparten las mismas opciones políticas. Que planifica y aprueba en conjunto el uso de los recursos públicos. Que trata de obtener logros concretos y palpables en el corto y mediano plazo. No se pierde en discusiones ideológicas. Cumple lo que ofrece. Comparte el crédito de las obras, con todos los que participaron. Respeta las autonomías, los territorios, las funciones de cada cual, no compite duplicando obras. Hace obras que la comunidad ha determinado como urgentes y prioritarias.
Cuando toman una decisión colectiva o grupal, honran esa decisión, no la desbaratan.
No discuten temas partidistas, religiosos, evitan confrontaciones entre autoridad y sociedad civil. No se comprometen a hacer aquello que no podrán lograr.
Cuidan al extremo el uso de recursos públicos, son austeros, los bienes públicos son públicos, no del funcionario que los utiliza, no despilfarran. Facilitan procesos organizativos previos, no se adueñan de ellos, no compiten con ellos, los ayudan a lograr sus objetivos si están enmarcados en las prioridades que la asamblea y los parlamentos determinaron.
El prefecto no tiene asesores, porque trabaja con directores.
Ahora que acabamos de elegir autoridades, quizás sería bueno conocer más el modelo de gestión del Gobierno de Tungurahua para construir la participación con bases reales, desde la gente y no desde el pensamiento burocrático del Estado o desde las oficinas de las autoridades electas.
(O)