Luego de que el 12 de junio de 2019 la Corte Constitucional ecuatoriana reconoció el matrimonio entre personas del mismo sexo, en las redes sociales se desató una enorme cantidad de opiniones a favor y en contra del fallo. En el último caso, muchas de ellas con violencia, incitando al odio y, en mi opinión, revelando desconocimiento y sobre todo un miedo inaudito a otras realidades humanas, tan comunes como cualquier otra.

Por una elemental tolerancia a la opinión ajena, respeto la postura de quienes bajo creencias religiosas sostienen que la relación homosexual es aberrante, ilícita, inmoral y condenable. Pero la religiosidad –que además también es de diverso tipo– es un asunto puramente personal. Aunque, ciertamente, en la religión católica –quizás en todas las religiones– se promueve tanto el amor a los semejantes como el miedo a la condena eterna. En cualquier caso, desde su religiosidad cada quien sabrá cómo actúa y cómo piensa respecto del matrimonio religioso. Ese no es, sin embargo, el caso del matrimonio sobre el que ha versado el fallo de la Corte Constitucional. Obviamente, el pronunciamiento ha tenido por objeto el matrimonio civil. Y un matrimonio civil nada tiene que ver con uno religioso.

Para mí, Dios es amor y generosidad. Así nos educaron nuestros padres, que eran profundamente creyentes, a mi hermano y a mí. Y, afortunadamente, también decidieron para nosotros una educación laica y mixta, que amplió apreciablemente nuestra mirada humana. Desde la escuela compartí con compañeros judíos, budistas, cristianos diversos y ateos. En especial recuerdo a un compañero ateo que me acompañó desde la primaria hasta la secundaria, a quien me une una cariñosa amistad. También recuerdo compañeros que diferían de los habituales patrones masculino o femenino, y que finalmente se reconocieron homosexuales. En la medida en que crecimos, nuestros caminos fueron tomando sus propios rumbos y el cariño y la solidaridad que el buen compañerismo brinda se mantuvieron. Ahora, después de tantos años, pienso en quienes por mucho tiempo fueron objeto de burla y discriminación, y tuvieron que sobrellevar la carga de culpa que injustamente implicaba su condición homosexual.

Como explica Mukherjee, profesor de Medicina en el Centro Médico de la Universidad de Columbia: “Lo que llamamos ‘género’ es así una elaborada cascada genética y procesual, con el SRY en la cima de la jerarquía y los modificadores, integradores, instigadores e intérpretes debajo”. De tal manera que, como la vida misma ya evidencia, la homosexualidad no es una enfermedad, ni es contagiosa, ni es una aberración. Nadie tampoco anda buscando ser homosexual. Simplemente, es una expresión más de la diversa condición humana.

Lo que hizo la Corte Constitucional fue proceder al justo y necesario reconocimiento de los derechos fundamentales de un no escaso número de ecuatorianos, muchos de quienes han tenido que vivir y sufrir silenciosamente, con temor y vergüenza, la absurda y violenta discriminación de que suelen ser objeto las personas homosexuales. Proteger y garantizar sus derechos humanos es empezar a saldar en el Ecuador una deuda que felizmente se había empezado a saldar ya en otros lugares del mundo. (O)