Las nuevas tecnologías de comunicación y análisis masivo de datos han permitido el desarrollo de “viejos negocios bajo nuevos formatos”. Ejemplo, el transporte: ahora hay gente que con su vehículo puede ofrecer el servicio de taxi pero con tecnología para conocer tarifas, comunicarse con el pasajero rápidamente, saber dónde está en el tráfico, cobrar vía tarjeta, ser evaluado. Similar en el alquiler de viviendas para períodos cortos, sobre todo de turismo: antes se lo hacía vía periódicos, recomendaciones personales… ¡o anuncios pegados en la pared de la esquina! Ahora se tiene alcance mundial, se reserva instantáneamente, se paga vía tarjeta, se ven fotos, hay evaluaciones. Es la llamada “economía compartida” que de compartida tiene poco, porque el objetivo es un negocio similar al pasado pero con facilidades tecnológicas (el chofer de Uber o quien alquila su departamento en Airbnb, no son ni más ni menos “compartidores” que antes).

Es un excelente avance de los servicios, en calidad (casi siempre) y facilidad (ciertamente). Por eso su éxito. Y eso ha generado reacciones. De los taxistas que han perdido espacio, porque no ofrecen esos cambios y “tienen otras desventajas”. O de los hoteleros por la “competencia desleal” y también de vecinos en los lugares de alquiler (edificios, urbanizaciones) porque hay demasiada circulación de personas desconocidas y eso genera inseguridad, o las ciudades que consideran que suben los precios de las viviendas y afecta a la calidad de vida de quien no puede pagarlo. También hay los fanáticos de las regulaciones que reclaman se controle al detalle la calidad de los vehículos o la situación de las viviendas (¿tienen baños limpios?, ¿cocinas bien equipadas?, etcétera… Es terrible el detalle de controles propuestos para nuevas leyes).

No hay razón para frenar el progreso. La mayor parte de argumentos no tienen sentido, por ejemplo, la subida de precios de la vivienda ante los alquileres turísticos, eso sucede por mil razones en las ciudades y precios más altos incentivan más construcción para diversos usos. O que alguien chequee el estado de los departamentos… ¿acaso cuando usted alquila algo existen esos controles?

Ciertamente algunas cosas sí tienen sentido. Pagar impuestos es una obligación legal que todos deben asumir, por sus ingresos de “uberista” o alquiler de vivienda. En el otro lado, si los taxis amarillos tienen regulaciones excesivas que hay que aliviarlas: no se trata de regular más a los nuevos, sino regular menos a los anteriores. Como es lógico en un mercado, la información al cliente debe ser completa y veraz para que tome una decisión con conocimiento y en caso de perjuicio pueda acudir a una justicia ágil. Así mismo el sistema Uber o similares debe informar con claridad sobre la manera como escogen a los choferes por razones de seguridad, para que como cliente decida si los usa o no. Los edificios o urbanizaciones (no el Gobierno) tienen derecho a decidir si aceptan o no sistemas como Airbnb (igual que deciden si aceptan mascotas, o fiestas hasta tal hora), por el resto, son los consumidores quienes deciden si les gusta. ¿Simple? (O)