Siempre fue para mí un desafío especial, generador de esfuerzos, causa de muchas satisfacciones y pocos desengaños, el ejercicio de las cátedras que me fueron confiadas, tanto a nivel de segunda enseñanza como superior.

Por eso me siento particularmente agradecido por haberme invitado a ser profesor: a la Comunidad de los Hermanos de las Escuelas Cristianas del colegio San José La Salle, al Club Rotario de Guayaquil en su pionera Escuela de Trabajo Social, a la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil en su Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales y a la Escuela Superior Politécnica del Litoral en su Instituto de Ciencias Humanísticas y Económicas.

El hecho de ser docente me confirió el privilegio de comunicarme con jóvenes en plena etapa de su formación intelectual, a veces a gusto y otras a disgusto, estas cuando las tareas o lecciones interrumpían o comprometían su solaz o actividades preferidas.

Tal vez por eso las tareas compartidas no siempre alcanzaban el objetivo de lograr la puesta en común de los saberes y esfuerzos para obtener un mejor rendimiento individual y colectivo.

¿Cuál será la razón para esa falta de disposición al trabajo comunitario que se presenta en ciertos grupos de coetáneos en las aulas?

¿Merece el tema una investigación apropiada que, descifrando las razones, logre cambios de conducta positivos que conviertan en equipos eficientes a los integrantes de núcleos estudiantiles que deben lograr los resultados académicos que persiguen las instituciones educativas y, por ellas, sus directivos y profesores?

¿Se imagina el beneficio que significa evitar la rémora que producen la falta de entusiasmo, puntualidad, orden, sacrificio y eficiencia?

¿O la frustración de quienes sí se sacrifican y aportan su cuota de esfuerzos para cumplir el proyecto, que no se logra como se planificó porque hubo quienes, prefiriéndose a sí mismos, no cumplieron a cabalidad o puntualmente la tarea que se les encomendó y aceptaron realizar?

¿Falta comprensión del valor de una comunidad, su esencia y su finalidad? ¿Sus ventajas y beneficios?

¿A cuántas comunidades familiares, estudiantiles, deportivas, barriales, laborales o profesionales hemos pertenecido o aún pertenecemos?

¿Hemos sido o somos en ellas elementos positivos, de cohesión, compañerismo, laboriosidad y alegría?

¿Nos preocupamos, en su oportunidad, de aportar nuestro sincero esfuerzo por consolidar los grupos, equilibrar las responsabilidades, infundir optimismo, trabajar con entusiasmo y procurar alcanzar las metas en equipo, sin discrímenes ni afectaciones personales?

¿Si nos hubiéramos esforzado más o mejor habríamos alcanzado más altas metas?

¿Es más fácil decir que hacer? Seguramente también usted ha escuchado que la experiencia cría ciencia.

¿No debe la experiencia acumulada en nuestras vidas impulsarnos a ser y vivir más comunitariamente?

¿Acaso el aislamiento puede ser un síntoma de autoexclusión que debería preocuparnos?

Tal vez hay esfuerzos que no hemos realizado y con un poco de decisión y buena voluntad podamos integrarnos a una vida más comunitaria, que redundaría en nuestro propio beneficio.

¿Valdría la pena intentarlo, al menos? ¿Por qué?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)