Resulta lamentable, para la tradición democrática de América Latina, que los militares y policías hayan forzado, en última instancia, la renuncia de Evo Morales. Fue, sin embargo, el tiro de gracia –si cabe la dura expresión– de un colapso político provocado por el propio Morales al haber violentado sistemáticamente las reglas más básicas del juego democrático, sobrevalorado su fuerza social y política, y minimizado la presencia de la oposición. Si a estos factores se suman las graves irregularidades detectadas por la OEA en el último proceso electoral, el escenario de la ingobernabilidad y el colapso estaba armado.

La crónica de Bolivia retrata el desprecio de los gobernantes populistas de izquierda por las reglas básicas de elecciones limpias y alternabilidad democrática como condición de una convivencia política mínima. Morales manipuló todas las instancias institucionales, gracias al inmenso poder del MAS, para participar nuevamente como candidato pese a las prohibiciones constitucionales y a su propia derrota en un plebiscito que había dicho No a la reelección indefinida. La insistencia en su candidatura para un cuarto periodo fracturó el pacto democrático de la comunidad boliviana, como fue evidente en todas las movilizaciones previas a la elección del 20 de octubre. Los bolivianos llegaron fracturados a la votación, sin ninguna confianza en la transparencia de la institucionalidad electoral, con denuncias sistemáticas de un proceso viciado a favor del partido de gobierno.

Morales también sobrevaloró su fuerza social y política. Días antes de la elección había insinuado un amplio triunfo en primera vuelta. La sorpresa vino cuando el cómputo del 82 % de los votos anticipó el temido escenario de un balotaje. Se produjo entonces la polémica suspensión del escrutinio durante 24 horas. Cuando se reanudó, según ha comprobado la OEA, la tendencia del voto se revirtió a favor de Morales, quien finalmente se proclamó ganador en primera vuelta con una diferencia de 0,5 % sobre el diez requerido para evitar el balotaje. El informe posterior de la OEA señaló “manipulación informática” y fallas “extremadamente graves” en el proceso. Una verdadera vergüenza.

El violento estallido social en las principales ciudades, donde el MAS ha perdido sistemáticamente en las elecciones de los últimos años, fue la consecuencia de esta cadena de abusos y arbitrariedades. La oposición, con grupos muy radicalizados alrededor de los comités cívicos y bajo el liderazgo de un caudillo territorial de Santa Cruz, desafió ampliamente a Morales, pidió su renuncia y exigió la convocatoria a nuevas elecciones. El informe preliminar de la OEA del sábado, con las irregularidades detalladas, sepultó éticamente a Morales, sin autoridad política en un país convulsionado. Fue entonces cuando vinieron los pedidos de la Policía y las Fuerzas Armadas para que renunciara.

Morales torpedeó su propio proyecto y el del MAS al haber violentado una y otra vez, de modo recurrente y abusivo, las reglas más básicas del juego democrático. Hoy su discurso, sin embargo, sigue el atajo político del golpe de Estado para victimizar a la izquierda y clausurar el análisis autocrítico de su propio comportamiento antidemocrático. Con la caída de Morales se va el último gran estandarte del giro a la izquierda en América Latina. Se retira con la mancha del fraude político, el abuso y la soberbia. Penoso y vergonzoso. (O)