Este ha sido un año que la mayoría de ecuatorianos no olvidaremos con facilidad. Desde escándalos mediáticos hasta polémicas políticas y revueltas sociales. En 2019 salieron a la luz investigaciones que lograron desenmascarar el devastador manejo de los recursos del Estado ecuatoriano por parte de los correístas. Arroz Verde, o como lo ha denominado la Fiscalía Caso Sobornos 2012-2016, reveló los mecanismos de corrupción más perversos y dañinos de la “década ganada”.

Por otra parte, luego de 31 años una mujer logró ocupar el sillón de Olmedo, convirtiéndose así Cynthia Viteri en la segunda mujer en ostentar el cargo de alcaldesa de Guayaquil. También se aprobó el matrimonio igualitario. El cura Tuárez, cabeza de esa ilegítima institución creada al antojo de Correa, llamado Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, fue censurado y destituido por incumplimiento de funciones.

Después de diez años de irrespeto a la división de poderes, una nueva Corte Constitucional se posesionó luego de un competitivo concurso de méritos y oposiciones. A partir de ese momento se conoció del arduo trabajo que tendrían los nuevos magistrados, ya que la Corte anterior no había tramitado 11 000 de las 14 000 causas existentes.

Recientemente vivimos once días de incertidumbre, en los que grupos de transportistas y las comunidades indígenas protestaron beligerantemente por la eliminación del subsidio a la gasolina, que año a año hace más profundo el déficit público. Como ha sido de costumbre, las protestas indígenas siempre han sabido generar malestar político y confrontaciones sociales. Los gobiernos de Durán-Ballén, Mahuad y Palacio deberían de habernos enseñado importantes lecciones sobre el arte de gobernar –o de no gobernar–.

Ante este escenario gris, podría llegarse a la conclusión de que Ecuador está cayendo en un abismo sin retorno, pero en 2020 tenemos que trabajar para que nuestro país se convierta en uno con mayor voluntad de acción; eso quiere decir: hacer que las cosas pasen. Los políticos deben concentrarse en aprender a gestionar lo público y olvidar los discursos políticos superficiales.

Estas últimas semanas, mis alumnos de Políticas Públicas y Gestión Pública me han devuelto la esperanza, ya que es posible planificar proyectos para el sector público, con gran potencial de desarrollo a bajo costo. Durante estos últimos seis meses tuvieron la oportunidad de diseñar aplicaciones de seguridad que podrían mejorar considerablemente la vigilancia de la Policía Nacional a lo largo del territorio. También elaboraron una propuesta de optimización de tiempo y proyectos para las instituciones públicas que realizan día a día obras en beneficio de la sociedad, promoviendo así la transparencia de recursos y eficiencia. Otra iniciativa trataba de digitalizar el Estado por medio de la documentación compartida entre instituciones públicas.

Debo insistir en esto. Si estudiantes de Ciencias Políticas han resuelto que la modernización del Estado se debe dar por medio de proyectos de este tipo, no sería tan descabellado pedirles a los políticos un poco más de voluntad política, un poco más de acción.

Necesitamos crear las condiciones para prosperar como nación. Por un nuevo año de mejores decisiones, de lucha contra la corrupción y de libertad para los ciudadanos. (O)