El gobierno de Nicolás Maduro se prepara para realizar elecciones parlamentarias este mismo año 2020. Y para ello no escatima en recursos, estrategias o escrúpulos. Como siempre, la división de la oposición es la máxima prioridad, pues saben muy bien que derrotar electoralmente a dos, tres o cuatro oposiciones es sencillo. Pero una oposición unida es otra cosa, para la que el ventajismo no parece ser suficiente, como quedó demostrado en el 2015.
Dividir a la oposición, además de efectivo, es sumamente económico. No requiere más que pronunciar un par de ambiguas declaraciones ante los medios de comunicación que exacerben las diferencias entre los diversos liderazgos y comprar un puñado de diputados miserables (o caídos en la miseria). Puesta la rueda a girar, del resto se encargan los genuinos y exacerbados ánimos sometidos a la profunda crisis. Esa es la receta chavista: “polariza hasta a tus enemigos entre sí”. Impedida la coordinación racional entre las fuerzas que se oponen al régimen, el Gobierno puede darse incluso el lujo de conceder algunas garantías electorales. Así, su calculo es: si la oposición decide participar, restringe aún más las condiciones electorales: promoviendo el conflicto interno opositor, patrocinando candidatos y partidos pseudoopositores, expropiando los principales partidos opositores (sobre el partido Primero Justicia comienza a tejerse claramente un expediente en el Tribunal Supremo de Justicia), modificando inconstitucionalmente la Ley Orgánica de los Procesos Electorales (a través de la Asamblea Nacional Constituyente o del Tribunal Supremo Electoral) y manipulando el reordenamiento territorial producido por el intenso proceso migratorio que experimenta Venezuela y que ha llevado a un 20 % de la población a abandonar el país; si la oposición decide no participar, puede hacer concesiones electorales a la pseudooposición.
Todo ello denota la enorme diferencia entre la planificación chavista y la continua improvisación opositora, que cumple dos décadas de rediseño constante de su estrategia nunca concebida más allá de un par de semanas e incapaz de moverse en más de un espacio simultáneamente. Mientras la oposición deshoja la margarita, el Gobierno planifica diversos escenarios para el corto y mediano plazo.
¿Podría la oposición aprender de esta capacidad de planificación? Por ejemplo, ¿sería factible prepararse para un proceso electoral, construyendo alianzas para una plancha unitaria, organizando la militancia, movilizando recursos, formando testigos y realizando una campaña, mientras simultáneamente se denuncia nacional e internacionalmente el ventajismo institucionalizado del régimen y sus prácticas autoritarias, movilizándolos para ejercer mayor presión en búsqueda de mejores condiciones electorales? Al fin, si faltando pocos días para el evento electoral, el Gobierno no ha permitido crear las condiciones mínimas para que las elecciones puedan canalizar el descontento social, bien podría retirarse alegando la obstaculización y boicot chavista.
Pero lo anterior solo funciona en una dirección, nunca a la inversa. No es posible luchar nacional e internacionalmente por condiciones electorales, lograrlas y faltando pocos días preparase para una elección. El tiempo perdido en la negación no es recuperable.
La probabilidad de que a más tardar el 12 de diciembre de este año se elija una nueva Asamblea Nacional, es casi absoluta. Igualmente, la probabilidad de que esas elecciones se realicen bajo condiciones no democráticas es también muy alta. Ninguna de estas depende de la oposición.
Sin embargo, la posibilidad de que el Gobierno se vea obligado a cometer excesos, como expropiar partidos, cambiar las leyes mediante mecanismos inconstitucionales, comprar diputados, que lo deslegitiman aún más, está exclusivamente en manos de la élite opositora, siendo uno de los escasos recursos que le queda en su poder. (O)