El universo es un gigantesco concierto que requiere de oídos aptos para captar sonidos anclados en cada ser viviente. La noche más oscura y la neblina más densa esconden melodías fáciles de ser escuchadas por oídos dispuestos. Donde hay vida hay movimiento. Donde hay movimiento existe un porqué. Somos un conjunto de seres parlantes. Cada uno tiene su modo propio de expresarse.
Antes de interpretar el lenguaje de la lluvia, conozcámosla, recibámosla, disfrutemos de su compañía, para luego tratar de descifrarla. La lluvia en Ecuador no es la compañera de todos los días, hay semanas y meses que se pierde, no se deja sentir porque la sequía la sustituye, la aleja, la destruye. Existen países con sequías permanentes, con sectores áridos. En otros sitios existen vergeles naturales alimentados por una lluvia frecuente y benigna. En todo esto pasa algo lógico. Quienes tienen a la lluvia como habitual compañera saben cuándo esperarla y cómo tratarla; aquellos que viven otras circunstancias sufren su inclemencia: el agua en lugar de ser una bendición se trueca en maldición porque les sorprende, les destruye, no están preparados para vivir con ella.
Luego de este extenso –aunque necesario– preámbulo, veamos, a vuelo de pájaro, cuál es nuestra realidad al respecto. No soy investigador, pero tengo una de sus cualidades: soy observador, lo que significa estar en alerta permanente para ver, mirar, oír, sentir y palpitar con el mundo. No es poesía, es acostumbrarnos a vivir en sintonía con todo aquello que nos rodea; a dejar de ser postes para convertirnos en permanentes testigos presenciales de nuestro hábitat. De este rincón, muy particular, algunas conclusiones, personales:
1. Nunca Ecuador estuvo preparado para recibir un fuerte temporal, por más que se lo anunciara, oportunamente, como los repetidos fenómenos de El Niño. La lluvia arrasa con todo aquello que encuentra a su paso y lo hace de manera rápida y efectiva. Los campos se inundan, caen los puentes, las carreteras se destruyen, la circulación vehicular se dificulta, gente pobre se queda sin techo, las clases se interrumpen, en fin, todo se pone al revés y se inicia un largo catálogo de culpables, de redentores y de promesas. Pasa el invierno, se atienden emergencias y nada más… hasta que venga el próximo temporal.
2. No estamos ni estuvimos preparados porque somos un país que improvisa, que no planifica, que no investiga, que no controla, que no aprende de sus errores. Los males se repiten, los irresponsables se regodean, las chequeras aumentan sus cuentas y… la vida sigue igual.
3. El invierno nos desnuda. Su lenguaje es inequívoco, siempre apunta a irresponsables traficantes del bienestar y del progreso. Hoy vemos autoridades que acuden en auxilio, que declaran emergencias, que mueven maquinarias, que culpan a la inclemencia del tiempo los males que se presentan. ¿Dónde estuvieron cuando era necesario prepararse para el invierno, limpiar canales de desfogue, revisar la obra pública?
4. ¿Cuando cesen las lluvias y venga el verano se habrá asimilado la lección? ¿Se comprenderá de una vez por todas que mejor es prevenir que lamentar? Esta vez no hemos aprobado el examen.
(O)