El Diccionario de la lengua española, en su vigésimo tercera edición, denominada del Tricentenario, define al verbo preservar como proteger, resguardar anticipadamente a alguien o a algo, de algún daño o peligro. Así que se preservan personas o bienes.

Por regla general, en las sociedades creadas y desarrolladas por los seres humanos para sí, la preservación de las personas ha sido algo fundamental, prefiriendo a los próximos, en desmedro de los distantes, a quienes generalmente no se consideraban iguales.

Por eso clanes y tribus podían guerrear y conquistar, para sí, a extraños, mientras cuidaban celosamente de los suyos.

La identificación de los propios fue más acentuada en ciertas culturas, algunas de las cuales desdeñaban o menospreciaban a los demás, dificultando la integración y la posibilidad de recibir nuevos saberes o disfrutar de experiencias enriquecedoras.

Ahora el conocimiento, las ciencias y las artes, en términos generales, son universales, pues están a la mano de quienes las procuran, gracias al desarrollo de la tecnología.

El conocimiento al universalizarse, como ha ocurrido y seguirá ocurriendo, tiene la virtud de auspiciar la superación de todas las personas, pero particularmente de quienes están dispuestos a invertir tiempo, dedicación y voluntad para lograrlo.

Es una pena que haya quienes no se entusiasmen por aumentar su grado de conocimientos culturales: técnicos, científicos y artísticos. Como que se autoimponen un límite, que los cerca y reduce, porque les parece que es suficiente con lo que ya saben y, probablemente, dominan. ¿Para qué más? ¿Es mejor preservar lo que se tiene y no inquietarse ni interesarse por lo que falta de conocer, de aprender y disfrutar?

¿Las personas que piensan y actúan guardando para sí lo que son y tienen, rechazando o no proponiendo nuevos horizontes, son beneficiosas para los grupos sociales, laborales o políticos a los que pertenecen y en los que actúan, incluso, influyendo en ellos por su talante y sus saberes?

¿Acaso ellas son responsables por omisión? ¿Por no aportar conocimientos o soluciones que mucho bien podrían generar a importantes sectores sociales, que con urgencia los requieren? ¿Puede negarse impunemente la colaboración social para el bien común, que corresponde entregar a cada persona, por el mero hecho de formar parte de una comunidad? ¿Es este uno de los pecados graves llamados de omisión social? En todo caso: ¿a quién le importa? Tal vez nos hace falta, para fomentar y cosechar el bienestar comunitario, confrontar las respuestas que se obtengan a tan desafiantes preguntas.

¿La constante actitud que evita el involucramiento en los problemas sociales y políticos de una comunidad, vecindario, barrio, zona, ciudad o país es acaso una grave falta de omisión cívica, de fatales consecuencias, porque se desperdician capacidades y cualidades de personas que podrían plantear y trabajar para lograr sensatas y positivas mejoras sociales, en todos los ambientes ciudadanos?

¿Debemos preservar y fortalecer nuestro patriotismo aportando pensamientos y soluciones para los graves problemas políticos que padecemos, evitando caer en la omisión cívica?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)