En 1981, siendo un niño, me mudé con mi familia a la Alborada y próxima a nuestra casa encontramos una zanja de agua, la cual resultó ser un ramal del estero Salado, probablemente uno de los últimos de la ciudad y de los más angostos; se podían ver peces y aves como hoyeros, garzas, gallaretas, loros frentirroja, azulejos, y otras muchas.
Con el pasar de los años las aves, en especial las acuáticas, huyeron; las aguas del estero se volvieron más oscuras, pestilentes y los peces desaparecieron. En los últimos años se evidenció un fenómeno conocido como eutrofización de las aguas provocado por exceso de nutrientes con base de nitrógeno y fósforo vertidos, probablemente de alguna actividad industrial. En el 2020 por el COVID-19 regresé a la casa donde viví mi infancia y juventud; tomando precauciones recorrí los alrededores de la zanja. Con el transcurrir de los días las aguas putrefactas se aclararon de manera paulatina hasta ver en el fondo gran cantidad de botellas plásticas, tarrinas y fundas; paralelamente fue evidente el incremento de actividad en la superficie de agua, lo que podría significar presencia pululante de organismos. El 29 de abril observé una garza blanca (Ardea alba) y un Martín pescador (Chloroceryle americana), capturando peces, lo que deja en evidencia una leve recuperación del ramal, al no recibir constantes vertidos de materia orgánica residual, y como consecuencia de este preludio de equilibrio, ¡un nuevo florecimiento de la vida silvestre se abrió en este lugar! ¿Qué espacios más recuperará la naturaleza en los próximos días de cuarentena y cuánto demorará en perderlos cuando retorne la actividad antrópica cotidiana? (O)
Edwin Moncayo Calderero, biólogo, Guayaquil