Lo que padeció Guayaquil entre los meses de marzo y abril del presente año por culpa del COVID-19 debe ser eficiente y absolutamente documentado por el Municipio de esta ciudad, con la ayuda de científicos e historiadores nacidos o criados en esta ciudad. Y sostengo que esta pandemia y sus lamentables consecuencias deben ser registradas por el cabildo porteño, ya que no tengo la menor duda de que en estos días desde el Ministerio de Salud se debe estar escribiendo una narrativa completamente diferente al horror que vivimos los guayaquileños durante el segundo trimestre del 2020.

Ahora bien, ¿cuánto de la carga informativa que nos llegó por esos días fue verdad o no lo fue? Nunca lo podremos determinar con exactitud. Sin embargo, lo que no fue mentira es que en Guayaquil sí hubo muertos en las calles, hospitales rebosados sin medicinas y con escasos equipos para contrarrestar los problemas respiratorios, así como médicos y enfermeras impotentes con poca o ninguna protección inicial para atender a los miles de personas que solicitaban ayuda para salvar sus vidas en los hospitales del Gobierno Central.

Y es esto lo que los guayaquileños debemos documentar con mucho profesionalismo, sin rencores, y con estricto apego a la verdad histórica. Es más, es imprescindible que esta información sistematizada científicamente quede registrada y hecha pública para que sea conocida por esta y las futuras generaciones que vivirán en esta ciudad. Tanto ellos como nosotros tenemos derecho a conocer con cifras la cantidad de muertos diarios por encima del promedio normal que hubo en Guayaquil durante la etapa más dura de la pandemia, contrastándolas con la versión “oficial” que establecían cifras totalmente alejadas de la verdad y sostenidas en la premisa de que solo se podían considerar muertos por COVID-19 a los que únicamente se les había realizado previamente una prueba PCR.

Será también nuestra obligación demostrar con hechos y no con palabras que existió una abismal diferencia de camas de cuidados intensivos entre Quito y Guayaquil (la capital duplica a esta ciudad en este rubro, como quedó demostrado en la propia presentación del ministro de Salud cuando vino a la reunión del COE que se realizó en Guayaquil el mes pasado y que puesto en evidencia por uno de los asistentes a la cita, la única reacción que atinó el ministro de marras fue tildar a dicha certeza como “regionalista”), y será finalmente un imperativo categórico establecer a través de pruebas documentales y testimoniales que los hospitales administrados por el MSP y el IESS no tuvieron medicinas como la hidroxicloroquina ni azitromicina para darles a los pacientes que llegaban en la etapa inicial de la enfermedad, que los médicos y enfermeras no tuvieron al inicio de la pandemia equipos de protección suficientes para atender la avalancha de pacientes que llegaban a diario; y, para colmo, que el Gobierno Central no tuvo la capacidad para recoger los cadáveres que se acumulaban en las casas y calles de esta ciudad. Es más, hoy todavía hay decenas de ellos sin reconocer. No dejemos que nos vuelvan a escribir la historia. Lo quisieron hacer hace doscientos años. Es hora de escribir la nuestra. (O)