Por Federico Finchelstein *

¿Cómo la gente puede creer tantas mentiras? ¿Cómo puede una gran parte de los estadounidenses apoyar a un caudillo populista que pone a la mentira en el centro de la política? Todos los políticos mienten, pero Donald Trump, como Jair Bolsonaro en Brasil o Rodrigo Duterte en Filipinas, se han caracterizado como presidentes surgidos de las urnas que no tuvieron ni tienen problemas en utilizar la mentira como una herramienta política sistemática.

Qué mejor ejemplo entonces para analizar esta sinrazón que estudiar la ideología del fascismo. El fascismo no fue una simple y atroz mentira pero sí un conjunto de falsedades vividas y creídas por millones. Y esto es precisamente lo que una pensadora central como Hannah Arendt quiso entender.

Como muchos antifascistas, Arendt quiso entender por qué había tanta gente convencida de que la ideología fascista representaba una verdad. Como ella, a partir de ella, debemos pensar con seriedad las mentiras de nuestro presente, en particular las de aquellos que niegan los efectos e incluso la pandemia misma, como hacen Trump y Bolsonaro, promoviendo incluso ingerir curas milagrosas.

¿Por qué Trump no se pone el barbijo en público? Como muchos de sus acólitos, sin duda algunos fascistas prominentes eran hipócritas y mentirosos que concebían la ideología como una herramienta de propaganda. Pero en ese caso, ¿por qué? ¿cómo es posible que sus líderes más importantes y muchos de sus partidarios siguieran a menudo esas mentiras y esa propaganda hasta al final, al punto de morir por ellas? ¿Quién muere por una mentira?

En 1945, Arendt observaba que el fascismo era una mentira absoluta, una mentira con efectos políticos horrendos. Los fascistas transformaban deliberadamente la mentira en realidad. “Lo esencial era que explotaban el prejuicio occidental milenario que confunde la realidad con la verdad”, escribía, “y volvían 'verdadero' aquello que hasta entonces sólo podía describirse como una mentira”.

Para Arendt, la realidad es maleable, transformable, pero la verdad no. Discutir con fascistas no tenía sentido para ella. En realidad, los fascistas buscaban dar a sus “mentiras” una “base post facto en la realidad”, destruyendo la verdad, no ocultándola.

Según la visión de Arendt, esta forma de política ideológica lleva inexorablemente a la obliteración de la realidad tal como la conocemos. La mentira fascista producía una realidad de fantasía. Pero la misma interpretación de Arendt sugeriría que la destrucción de la verdad estaba impulsada por la creencia en lo que los fascistas concebían no como una simple mentira sino como una verdad más trascendental.

Los nazis no distinguían entre hechos observables y “verdades” ideológicamente orientadas. Las consecuencias más radicales de la dictadura totalitaria aparecieron cuando “los líderes de masas tomaron el poder para amoldar la realidad a sus mentiras”.

Años después, en su controvertido estudio sobre Adolf Eichmann, uno de los planificadores del Holocausto, Arendt aportó una indagación fundamental sobre su razonamiento que epitomizaron el fenómeno del “desprecio extremo por los hechos como tales”. Arendt equiparaba la adhesión a la mentira de Eichmann con toda una sociedad “que se escudaba contra la realidad y la factualidad exactamente con los mismos medios, autoengaño, mentiras y estupidez, que ahora se habían inoculado en la mentalidad de Eichmann”.

Arendt perdía de vista una dimensión importante del proceso a Eichmann, ocurrido hace 60 años: la perspectiva de la verdad tal como la presentaban las víctimas. En su retrato de Eichmann también faltaba la profunda dedicación ideológica, incluso el fanatismo del hombre. Aún en el momento de morir, Eichmann declaró ceremoniosamente: “Que viva Alemania, que viva Argentina, que viva Austria. Yo no las olvidaré”. Arendt describe el júbilo de Eichmann al sentir la relevancia de su propia muerte como un momento de una “estupidez grotesca”.

Pero para Arendt esa conciencia era señal de una representación estereotipada del momento, no de su comprensión ideológica. En su descripción, las últimas palabras de Eichmann eran “clisés”: la banalidad del mal.

Pero en realidad su pasado nazi y sus crímenes eran resultado del compromiso profundo de Eichmann con lo que él consideraba era la verdad ideológica esencial del nazismo. Eichmann veía su vida y su muerte como una memoria que iba más allá de su itinerario transatlántico entre múltiples ciudades, de Berlín a Buenos Aires y de Buenos Aires a Jerusalén.

Los historiadores del fascismo también necesitan comprender cómo justificaban los fascistas sus mentiras, y esto podría servirnos para comprender las mentiras políticas del presente. ¿Por qué los fascistas y ahora los líderes posfascistas de extrema derecha como Trump y Bolsonaro creen que sus mentiras están al servicio de la verdad o incluso son la verdad?

Como Arendt nos señaló, la historia de la dictadura se basó en mentiras. El imaginario mítico que los fascistas plantearon como realidad nunca podría corroborarse porque se basaba en fantasías de dominación total en el pasado y el presente. La misma situación es operativa en el presente con los intentos actuales de negar o minimizar la pandemia. Y como sucedió con el caso del fascismo, el resultado de estas mentiras es letal. (O)

* Federico Finchelstein es historiador. Profesor en la New School for Social Research de Nueva York, EE.UU.