A propósito de nada es el título que Woody Allen ha puesto a sus memorias. Lo publica en español Alianza Editorial, una casa que produce excelentes libros, sobre todo clásicos y de pensamiento, pero que normalmente no edita obras, como esta, que apuntan a best seller. El original en inglés lo lanzó Arcade Publishing, una pequeña editorial independiente. En uno y otro idioma las grandes empresas se negaron a editarlo acoquinadas por la ola de “corrección política” que se ha convertido en la corriente represora más importante del siglo. Un boicot similar se ha impuesto en las productoras cinematográficas y en las distribuidoras de películas, que han vetado al cineasta judío, cuya obra y memoria se pretende sepultar en el olvido.

Esta campaña oscurantista usa como pretexto un caso archivado hace ya un cuarto de siglo, en el que Woody fue llevado a los tribunales, acusado por su exnovia Mia Farrow de haber violado a la hija de ambos cuando esta tenía 7 años. El artista neoyorquino no fue enjuiciado, pues los jueces, que le tenían muy poca simpatía según dice él, no encontraron materia para encausarlo. El develamiento de atroces abusos sexuales en el mundo cinematográfico americano, que dio alas al movimiento Me Too, resucitó el caso sin aportar nuevas evidencias. Lo que añade dramatismo al tema es que, dos años antes de que ocurriera el presunto delito, Allen empezó a convivir con la hijastra de Farrow. Feo, lamentable, pero no criminal. Se entiende bien el resentimiento de la madre ofendida, pero eso no convierte en verdad sus acusaciones... hasta que no se pruebe lo contrario. La presunción de inocencia es una institución fundamental del Estado de derecho. Eso sí, como ecuatoriano puedo tener un sesgo de antipatía por Mia, tras su participación en la lodosa campaña correísta anti-Texaco a la que, como se supo, concurrían las celebridades no por amor a la naturaleza, sino por gruesas sumas.

Y como no soy juez sino amante del cine, tengo un sesgo de simpatía, que no me ciega pero existe, por el notable director, guionista y actor. Creía que había visto el 90 por ciento de sus películas, pero con motivo de esta lectura en un cálculo más cuidadoso encontré que solo había sido el 45 por ciento, pues ha sido demasiado prolífico. Hizo algunas cosas pobres, pero muchas excelentes y una que otra obra maestra (¿Manhattan? ¿ Annie Hall?). Afirma que su libro no pretende ser un texto de estudio para aprendices de cineastas o de escritores, pero hay consejos y conceptos que pueden serles muy útiles. Es una pena que haya tenido que dedicar tantas páginas al desagradable asunto de la acusación, porque en el resto es un autor divertidísimo, que cuenta con respeto pero con desparpajo anécdotas con los más increíbles personajes. Mi sesgo favorable va más allá de la cinemanía, porque en sus películas y ahora más en su libro, me identifico, muy sesentero, con su desesperada filosofía existencialista, espantada ante el absurdo del mundo, cuya angustia él supera con humor irreverente y exquisita creatividad. Esta actitud le permite reírse de la “corrección política” y compadecer a sus practicantes. (O)