En algunas escuelas de derecho del Ecuador, los estudiantes del último año de esa carrera deben tomar un taller o un curso sobre deontología y ética profesional. Es una acertada decisión de las autoridades universitarias pues los futuros abogados, además de sus prácticas en los consultorios jurídicos gratuitos, reflexionan sobre los referentes conductuales de la profesión y los comprenden a la luz de casos y circunstancias nacionales y extranjeras. Huelga decir que esos referentes apuntan a los más altos niveles de la ética, como probidad notoria, lealtad con los clientes y búsqueda de la justicia en todos los casos en los que intervienen. El perfil definido para los abogados exige comportamientos ejemplares frente a todas las normas de convivencia: morales, del trato social, cortesía, culturales y, sobre todo, frente a las jurídicas que son la quintaesencia de la sociabilidad humana organizada.

Todas las profesiones tienen fundamentos morales específicos, códigos de ética y procedimientos para vigilar que sus integrantes adecuen sus actos a esos principios que son de cumplimiento forzoso, no solamente por la sanción que podría darse administrativamente si es que se constatan comportamientos contrarios a ellos, sino y especialmente, porque todo profesional se debe a la colectividad a la que pertenece y su formación específica está sustentada discursivamente en propósitos éticos relacionados con su contribución diferenciada al bien común, al mejoramiento y a la sostenibilidad social y ambiental.

En el país siempre han existido abogados notables. Actualmente también los hay y muchos. Espíritus lúcidos, conocedores de la normativa jurídica sustantiva y procedimental y correctos profesionales que ejercen su trabajo con clara inteligencia y estricto apego al deber ser moral que su carrera les demanda y su conciencia les exige. Son respetados socialmente, pues contribuyen con la prevención o solución de conflictos y con la asesoría jurídica que permite que la sociedad se mantenga con adecuados niveles de seguridad y certeza. La acción de estos abogados colabora con el fortalecimiento del sistema de administración de justicia y con su objetivo mayor que es la búsqueda permanente de la justicia o intención constante de dar a cada quien lo que le corresponde.

Esos destacados abogados, generalmente, no están en noticiarios ni en redes sociales, porque su labor es prudente, efectiva y no necesita de exposición mediática. Quienes hacen noticia, con las excepciones de rigor, son profesionales cuyo actuar está en las antípodas del deber ser ético del abogado, apegándose más bien a las conductas que se requieren en escenarios sociales decadentes, marcados en muchos casos por lo grotesco y hasta por lo delincuencial. Lamentablemente, la imagen pública de los abogados, para los grandes grupos de ciudadanos, se relaciona más con lo que hacen esos burdos –y por esa condición altaneros y soeces– profesionales que con la responsable actividad de abogados comprometidos con sus principios, que conjugan profesionalmente su profundo conocimiento jurídico con su prestancia moral de buenos ciudadanos. (O)