Boquiabiertos vimos hace un par de días cómo una gran onda expansiva de una explosión arrasó con ventanas y puertas en un radio de diez kilómetros en Beirut. El antes y el después que muestran los videoaficionados que inundaron las redes sociales son devastadores; conmueven hasta al más insensible de los mortales. Ahora, el paisaje de la capital libanesa se parece a esas visiones apocalípticas que el cine nos ha enseñado, cuando sus historias tratan de elucubrar el futuro. El horizonte se ha llenado de edificios chuecos, carros arrastrados decenas de metros como si fueran canicas y escombros.

Lo ocurrido en Beirut nos duele de manera abrumadora, pero es parte del ciclo de vida de las ciudades. No hay ciudad que pueda sentirse libre de tener que lidiar con desastres, sean estos naturales o creados por el ser humano. Antes de Beirut sufrieron Armero, en Colombia; Pripyat, en Ucrania; y el enorme conjunto de ciudades devastadas en Europa por la Segunda Guerra Mundial, desde Londres hasta Leningrado y Dresden.

La propia Guayaquil tuvo que lidiar varias veces con incendios que la borraban del mapa. El más traumático de ellos fue el ocurrido en 1896, el cual borró gran parte de la ciudad, más del 90 % del área consolidada de aquellos tiempos. Si bien aquel incendio fue el que borró la configuración urbana antigua de la ciudad (solo el barrio del Astillero permaneció intacto), se convirtió en la oportunidad para reorganizar la ciudad, gracias al plan de Gaston Thoret, dejando lista la morfología que mantiene el corazón comercial del Puerto Principal hasta nuestros días.

En 1976, Guayaquil estuvo a punto de vivir algo similar a la tragedia de Beirut, cuando una estación de gas licuado de la Shell explotó en el sur de la ciudad. Afortunadamente, el enorme tanque que estalló salió volando por los cielos primero, explotando en el aire y no a ras del suelo. Eso hubiera significado la desolación de todo el sur de la urbe.

Y es que las ciudades –vistas a través de la lupa de la historia– son los mejores casos para investigaciones relacionadas con los sistemas complejos adaptativos. Los eventos urbanos son organizaciones dinámicas de interacción humana, que permanentemente están en estado de desarrollo, equilibrio, colapso y reorganización.

La historia del urbanismo está llena de casos similares. En la antigua Grecia, las ciudades concentraban su atención en diseñar los puntos especiales de conglomeración colectiva (templos, palacios, espacios públicos y sus cercanías). Lo demás, donde se hallaban las viviendas y los negocios de los ciudadanos, crecía de manera orgánica. Las únicas ciudades que crecían siguiendo un patrón geométrico racional eran las colonias planificadas, y las ciudades devastadas por las guerras, como Mileto. Aún en su reorganización, las ciudades muestran sus cicatrices.

Tragedias como estas no solo sirven para que las ciudades se recompongan y adapten a las nuevas circunstancias que deben enfrentar. También son el crucial momento en que sus ciudadanos aprenden de la manera más dolorosa lo que es la solidaridad y el espíritu humanista que nos hace cuidar unos de otros. (O)