El tabaco fue su refugio y su quimera. El humo, sin importar que le afectara la laringe, era el filtro por el cual miraba la vida con nostalgia. Quizá los grandes artistas, como ella, no le tienen tanto miedo a la muerte, porque su misterio les inspira e interesa. Pasó por tratamientos en Alemania y Estados Unidos, y en alguna de sus operaciones se lesionó el nervio laríngeo, por lo que su contundente voz de soprano, que había conmovido al Perú desde sus 12 años, se convirtió en contralto. Al menos tres momentos creativos caracterizaron su carrera: la etapa de evocación de una Lima bucólica, antigua, casi virreinal; luego una canción de compromiso y temática social; y finalmente un canto, como una fiesta, influenciado por la música afroperuana.

Chabuca Granda (Apurímac, 3 de septiembre de 1920) sabía, creo yo, que el destino de América Latina tenía que ver con la música. Era conservadora y se consideraba nacionalista, pero era suficientemente sensible, plural y abierta para entender el influjo de la Revolución Cubana, como fenómeno, más que político, de profunda significancia cultural. En su música, la de su segundo periodo, habló de jóvenes revolucionarios y evocó a Violeta Parra, así como experimentó con el jazz y la bossa nova, géneros con los que impregnó al vals peruano.

Acaso su último periodo, aquel en el que se sincroniza con el mundo afro y sus ritmos, fue su momento de mayor ebullición personal. La marinera, el festejo, la zamacueca y, sobre todos, el landó, con cajón peruano y zapateo, son los ritmos que la envolvieron en su madurez. Para la historia de la música latinoamericana han quedado, quizá, con más fuerza y memoria sus canciones limeñas, que cargan bríos juveniles únicos, pero quiero consignar que Chabuca jamás perdió la energía, ni por el paso del tiempo ni con las desilusiones. Por el contrario, experimentó más, amplió sus registros, se transformó mientras pudo hacerlo.

Cuenta Paulina Tamayo que a sus 9 años la llevaron a Lima y cantó en la embajada del Ecuador, sin saber quienes eran los invitados. Mientras cantaba el pasillo Rebeldía, de Víctor Nieto, se percató de que una mujer lloraba sin parar. Chabuca Granda, limpiándose las lágrimas, le dijo a la madre de Paulina: “Ella no es una estrella, las estrellas son fugaces, ella es un astro, un astro de la canción, y este astro va a sacar muchas lágrimas”.

De todas sus canciones, al igual que la misma Paulina, me quedo con la que compuso para José Antonio de Lavalle y García, criador de caballos de paso, dueño del caballo Pancho Fierro. De él, Chabuca dijo: “José Antonio me contó tanto de este caballo que le hice esta canción, pero no me la oyó. Por eso la letra tiene la fuga final, que dice: José Antonio, ¿por qué me dejaste aquí? Y cuando algunas señoras la cantan con ira, yo digo: No, si la canción es de amor. El señor se me murió. Era un señor muy viejo, muy amigo de mi padre y muy amigo mío”.

El 16 de agosto de 1980 sufrió un infarto en pleno concierto, en Bogotá. Dos años después tuvo otro en Lima. Un tercer infarto, en medio de proyectos musicales, la obligaron a subirse en un vuelo para una operación de corazón abierto en la Florida. Murió 6 días después, la madrugada del 8 de marzo de 1983. Tenía 62 años, más de 400 canciones compuestas, tres hijos y la memoria de una Lima que, con todo y su cielo gris, estaba llena de amores y melancolías. En José Antonio, Chabuca hablaba del movimiento del cuerpo, de la fuerza natural de los caballos, de la garúa y del Perú. Creo que también hablaba del amor, de la nostalgia, y de la tierra. De su nacimiento se ha cumplido un siglo. (O)