La disminución del número de empleados públicos es el sueño de muchos activistas liberales y la pesadilla de burócratas y socialistas. Así unos y otros creen, que si se logra derrotar en las elecciones venideras a los agentes del exdictador, se verán en la calle por lo menos un centenar de miles de actuales servidores del sector estatal. Son deseos ilusos o miedos infundados. Los gobiernos “neoliberales” de Reagan en Estados Unidos y Tatcher en el Reino Unido, implementaron reformas económicas y administrativas en sus respectivos países, pero en cuanto a achicar la burocracia, sus logros fueron muy modestos, incluso cabe preguntarse si lo intentaron. Y es que puede ser una medida económica eficaz, pero es de complicada viabilidad política. La dictadura de Pinochet en Chile logró una gradual reducción, cuyo tope se alcanzó a principios de los años ochenta, cuando la tendencia se revirtió. Max Weber parece tener razón cuando dice que “una vez instaurada en su plenitud, la burocracia constituye una de las estructuras más difíciles de destruir” y que un cargo creado tiende a permanecer. Incluso cuando una guerra ha destruido un Estado, el servicio público sigue funcionando.

Los orígenes de la burocracia se pueden rastrear hasta el antiguo Egipto y Sumeria. Existió en China, Persia y Roma. De esta última provienen muchos de los esquemas que conformarán las burocracias de los modernos Estados occidentales. Siguiendo a Weber diremos que es un grupo reglamentado, jerarquizado y profesional encargado de la administración de una entidad. El hecho de que las organizaciones no estatales a medida que crecen tiendan a generar sus propias burocracias, demuestra que es un tipo de estructura consustancial con las entidades sociales de cierta complejidad. La Iglesia católica es un caso paradigmático. En ciertas culturas, los funcionarios eran esclavos, en otras, eran propietarios de los cargos y sus “prebendas”. O eran empresarios que compraban la función para usufructuar de ella. Todo eso fue remplazado por el actual estamento de empleados profesionales. Anteriormente, la organización de grandes imperios fracasó por la falta de una burocracia eficiente.

Todo esto se ha de considerar al momento de analizar el sector público ecuatoriano, que en la actualidad tiene un cúmulo de empleados que es desmedido para sus ingresos, pero que, comparado con otros países, como porcentaje de la población ocupada, es solo mediano. Quizá haya recortes posibles, pero notemos que hay sectores que más bien deben crecer: maestros, médicos, policías, guardacostas, jueces y fiscales, y algún otro, que en el imaginario común no se clasifican como “burocracia”, pero que esencialmente lo son. Si bien no se puede prescindir de la burocracia, sí puede combatirse el burocratismo, es decir esas enormes redes de trámites, permisos y controles, con que los que se paraliza a la sociedad. Entonces podemos proyectar un modelo aspiracional con una burocracia algo menor, más eficiente y con funciones más delimitadas. Un esquema que no solo ha de limitarse al Estado central, sino que deben adoptar todas las entidades públicas autónomas y seccionales. (O)