Por sugerencia de la inquisitiva Carolina y para su Promoción 2020 del Posgrado de Psiquiatría de mi querida Facultad de Medicina de la Universidad Central del Ecuador. “Mi Fac” me otorgó –sin costo– mi formación como médico y especialista. Hoy le pago –con gusto y sin costo– como docente del posgrado. Estamos a mano, gracias por siempre.

Conocí a Mafalda en 1971, en la revista argentina Siete Días Ilustrados que leía en la peluquería de mi barrio, y me convertí en un seguidor inmediato de la pequeña, de sus amiguitos y de su autor. Compré dos veces la colección de Mafalda, hasta que dejé de hacerlo porque mis amigos se la llevaban y no la devolvían. Espero que aquellos libritos hayan circulado ampliamente. Con posterioridad seguí las caricaturas de Quino, apreciando el dibujo y sobre todo la calidad del humor. Desde mi infancia estimé aquel humor de los antecesores de Quino, como Divito y Lino Palacio, luego el de sus contemporáneos Caloi y Fontanarrosa, y el de nuestros Roque, Asdrúbal, Tomás del Pelo y actualmente Bonil.

En Quino hay humor, una categoría particular del género, algo diferente a la del chiste y a aquella de la comicidad, según Sigmund Freud. En su libro sobre el chiste de 1905, el padre del psicoanálisis relaciona el chiste con lo que se produce por los juegos del lenguaje, el malentendido y el sinsentido, en una estructura que requiere al menos tres personas. La comicidad es eso que se descubre entre dos: aquel que vislumbra lo ridículo en el otro, y tiene que ver con las imágenes sobre todo. El humor, en cambio, no exige más de un sujeto, quien encuentra la posibilidad de reír en medio de circunstancias no siempre placenteras, y a propósito de aquello que se considera sagrado o intocable, como el propio yo, por ejemplo. El humor es la capacidad de reír acerca de sí mismo, y la opción de compartirlo con otros.

En Quino hay humor. Es decir, hay reflexión, análisis, pensamiento, crítica y discurso, en los enunciados de sus pequeños personajes y en sus caricaturas, como lo viene trabajando Carolina en su tesis para optar por el título de especialista en Psiquiatría. Porque más allá de que en la risa hay activación simultánea de ciertas vías dopaminérgicas en los circuitos del placer, los neurotransmisores no alcanzan a decir aquello que la palabra produce y la imagen representa. Si Mafalda y su pandilla estarán para siempre ligadas al humor de Quino, allí están los discursos fundamentales de la sociedad y la cultura de los seres hablantes de los que habla Jacques Lacan: el prospecto del amo, la pequeña histérica, el universitario angustiado, el gracioso capitalista gallego… y el analista, para quien lea entre líneas. O la diminuta activista del discurso de género para quienes no soportan a Lacan.

El humor, aquello que les falta a nuestros líderes y políticos, insoportablemente cómicos, de vez en cuando chistosos, pero nunca humoristas. El humor, un rasgo de lo que mis colegas psiquiatras llaman “salud mental”. El humor, esa reflexión filosófica y analítica necesaria para una práctica clínica y para sobrellevar la existencia siempre sujeta a la falta y a la peregrinación del deseo. (O)