La venida del Hijo de Dios a la tierra, naciendo hombre en la gloria de la virginidad de su Madre, es una Luz, una Verdad que sorprende siempre la inteligencia y el corazón del creyente.
Los pesebres, los nacimientos, que construimos los hombres en la esperanza de que nos transmitan el misterio encerrado en ese momento histórico en el que Dios Hijo sale del seno materno en su condición de Criatura, tratan de reproducir esa escena que tuvo lugar un día en una cueva de Belén. Y lo hacen de forma muy sencilla; sin ninguna estridencia; sin nada aparatoso ni deslumbrante: un Niño dormido en una cuna hecha de paja, y una mujer y un hombre protegiendo su sueño. Viene a la tierra, y no se impone, no se abre el cielo y aterriza en la tierra para llenar de asombro al universo. Solo lo ven quienes, en su corazón, acuden a Belén y se pasman ante la sonrisa del Niño recostado en el pesebre.
Espero que todos los lectores estemos entre estos que acuden a Belén. (O)
José Morales Martín, Palafrugell, Girona, España