Escribo esta carta para contar sobre mi reciente visita a Ciudad Alfaro, complejo histórico, político y cultural de Montecristi, en la provincia de Manabí, donde en 2008 se redactó la última Constitución.
Mi familia y yo elegimos visitar Ciudad Alfaro no tanto por su historia reciente, aún divisiva, sino por su profundo valor histórico y político. Ciudad Alfaro es, ante todo, un lugar que honra la herencia y los ideales de la Revolución Liberal de Eloy Alfaro, uno de los padres de la nación, quien promovió la laicidad y modernización del país entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, y nació precisamente en Montecristi.
El complejo de Ciudad Alfaro alberga el mausoleo de Eloy Alfaro, el vagón y la locomotora restaurada de un tren, un espacio dedicado a la artesanía e idealmente, también un museo, espacios para exposiciones culturales y un archivo histórico con documentos valiosos para la historia del país. Digo “idealmente” porque, y este es el tema de mi carta, todo esto está tristemente en estado de abandono, excepto el mausoleo. Sin embargo, a pesar de esta negligencia, el complejo continúa atrayendo visitantes nacionales, especialmente en los días festivos.
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Ya al llegar, los servicios públicos, sucios y sin cerraduras ni jabón, reflejan también el grado de abandono. Un poco más adelante, un cartel anuncia visitas guiadas diarias, pero no hay personal alguno, y la señal aún tiene el logo del gobierno de Lenín Moreno, señal de una gestión que parece haberse detenido hace algunos años.
Más adelante, el edificio oval que alguna vez albergó el proceso constituyente lleva en grande la inscripción “Museo Histórico Alfarista”. Sin embargo, la entrada está cerrada. A un lado se leen los nombres “Archivo de la Revolución” y “Salón Montonera Isabel Muentes”, también cerrados. Mirando a través de los vidrios, el polvo y el abandono crean un escenario inquietante, como un set cinematográfico de horror.
Al único espacio accesible, el mausoleo, llegaron numerosos visitantes, y fue emocionante entrar. No solo por la belleza del monumento, sino también por la frase detrás de la estatua de Alfaro: “No podrán nada contra su memoria, que se alza desde el fondo de la tumba, como las llamas de las entrañas de un volcán colérico, hacia el cielo.” Palabras del poeta colombiano José María Vargas Vila, primer embajador de Ecuador en Italia.
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Quien escribe esta carta no es ecuatoriano de nacimiento, sino italiano. El amor por mi esposa y por esta tierra me llevó a naturalizarme en una hermosa ceremonia en la Cancillería de Quito el pasado mayo. Soy ecuatoriano por elección, y como ciudadano siento gratitud hacia Eloy Alfaro, gracias a quien, en 1900, Ecuador e Italia firmaron el primer Tratado de Amistad, elevando las relaciones diplomáticas entre ambos países.
A menudo se dice que no hay fondos para la cultura, justificando esta carencia con la supuesta indiferencia del pueblo hacia el patrimonio cultural. Pero Ciudad Alfaro, a pesar de su estado de abandono, estaba lleno de gente. La belleza de este lugar acerca a las personas a la cultura, la historia, la política y sus propias raíces. Estoy seguro de que si hubiera sido necesario pagar una pequeña entrada los visitantes lo habrían hecho, porque Ciudad Alfaro representa la cultura ecuatoriana, y desde allí se disfruta de una vista espectacular que abarca Montecristi hasta la bahía de Manta.
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Vivimos una época en la que el abandono de la cultura refleja el abandono de nuestra identidad misma. Quizás ha llegado el momento de despertar la conciencia cultural de la nación y devolver dignidad a estos símbolos que cuentan quiénes hemos sido, queremos ser, y si nos comprometemos, quiénes podríamos volver a ser. (O)
Michele Migliori, Quito