Hace alrededor de dos meses (6 de abril, en horas de la noche) sufrí un desafortunado accidente de tránsito en una de las calles de la parroquia de Nayón; fue un accidente completamente fortuito y nada intencionado; ocurrió al tratar (por un descuido) de bajarme de mi vehículo en marcha. De inmediato mis hijos se comunicaron al 911 y, en cuestión de escasos minutos, llegó una ambulancia del Honorable Cuerpo de Bomberos con dos competentes personajes entendidos en la materia quienes me atendieron de forma inmediata, solícita y respetuosa, haciendo honor a su profesionalismo, humanismo y paciencia a toda prueba.

Belleza y discrimen

Como antítesis a esta magnífica y desinteresada labor, mientras yo me encontraba dentro de la ambulancia recibiendo los primeros auxilios, supe que llegó un patrullero con algunos policías, quienes, sin conocer pormenores, habían tratado de llevar detenido tanto al vehículo como a su conductor. Injusta y cruel acción que, de no ser por las airadas protestas de las decenas de testigos que presenciaron el infortunado percance, se hubiese llevado a efecto.

La poesía está agonizando

Son estos oportunos, solidarios y benéficos actos de las ambulancias, los que merecen la felicitación y el agradecimiento de los conciudadanos; no así el indolente y nada humanitario actuar de la policía que, carente de empatía y conmiseración, lleva a cabo estos bochornosos episodios por los que, al contrario, merece el rechazo y la indignación ciudadana. (O)

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Fabiola Carrera Alemán, Quito