En las leyendas andinas existe una que puede aplicarse en la hora actual que en forma abrupta emergen candidatos pretendientes a alcanzar la Presidencia de la República o un puesto en la Asamblea Nacional.

La mitología inca relata el cuento Apallinay, el bebe asesino que en los caminos aparecía hermoso, niño, gritaba abandonado, llorando frenéticamente para que alguien se compadeciera y lo llevara cargado en la espalda. Cuando algún caminante se condolía y lo colocaba a la usanza indígena sobre la espalda, a los pocos pasos que daba sentía que se duplicaba el peso de la carga, las piernas se acalambraban, mas el caminante no se daba cuenta de que el hermoso bebe se iba transformando en demonio viejo, con dientes afilados, exhalaba mal aliento. Cuando el cargador caía sin fuerzas y empezaba a agonizar, el demonio practicaba la antropofagia, se lo comía. Esto se resume como ciertos hechos de nuestra política, de explosión impostora que seduce con ofertas y adopta imagen inocente, proba, en la cual ‘no constan’ acciones malévolas. Ojalá el pueblo cansado de tanta mentira deje a los demonios de la política fuera de la decisión electoral. Con propósito reflexivo, seamos fieles a nuestra conciencia, no optemos por el servilismo, la obediencia automática, la impostura sedienta de la corrupción que caracteriza a la vida republicana de varios gobiernos de todo color, que ha desnutrido la fe. Las clases medias y populares deben lograr la independencia de las costumbres inmorales difundidas por políticos, no dejemos que nos lleguen ni siquiera sus migajas. ¿Es que no importan los años que vivimos en el mismo cuento? ¡Demostremos que estamos bien de la memoria y nuestro cerebro no está afectado por el olvido! Para muestra un botón: en estos días hemos visto en televisión entrevistas a cierto capataz de tienda política, se revuelve corporalmente cuando el periodismo indaga cosas que esconde o no le agradan, y empieza a increpar en forma degradativa al entrevistador revelando pobre tolerancia, frustración por falta de maduración en los lóbulos frontales del cerebro. En ese show una sonrisa narcisista y burlona esconde paranoia y trata a toda costa de desmerecer con calificativos agresivos a quien le entrevista. ¿Es este el modelo que necesitamos para salir del caos instalado como piedra angular en la mala construcción del Estado? (O)

Pedro Benjamín Posligua Balseca, médico neurosiquiatra, Guayaquil