La mayoría de esos esforzados corredores que se ponen el despertador antes de que los pájaros se den cuenta de que arranca el día, no lo hacen con el objetivo de triunfar en disciplinas deportivas, sino que simplemente entrenan para sentirse más sanos, estar mejor preparados para que si un día viene mal, su cuerpo responda con más acierto.

El ejercicio físico, el esfuerzo a veces desmesurado sin más fin que estar bien es muy valorado en nuestra sociedad líquida. Entonces, ¿por qué nos parece tan complicado entender el ejercicio del alma? Puede ser el pequeño sacrificio de la Cuaresma que, a través del menú de los viernes, supone un recordatorio constante del núcleo de nuestra fe, la muerte y resurrección de Jesús. Puede ser otro tipo de ayuno y abstinencia como uno que hacemos en mi casa desde hace algunos años: el ayuno digital, mucho más costoso que el de la carne en esfuerzo y sacrificio y que nos ayuda a liberarnos de ataduras terrenas que nos alejan de lo que de verdad importa.

Puede ser un compromiso personal, el que cada uno considere más adecuado que nos ayude a limar esos pequeños defectos de nuestro carácter. Lo importante es que el ejercicio del alma, como el del cuerpo, nos hace mejores porque nos vuelve más resilientes, porque nos convence del valor del esfuerzo y porque nos prepara ante la adversidad. Símbolos de la Cuaresma que entrenan el alma: viernes, pescado, salud de nuestras almas; nos acercan a la Pascua. Hay que prepararse. (O)

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Pedro García, Cáceres, España