Mi mascota de 17 años y medio de edad, a raíz de un problema de salud, fue diagnosticada con insuficiencia renal crónica en el año 2019. Su doctora de cabecera inició un tratamiento para esta enfermedad, sin cura, para asegurarle una buena calidad de vida hasta que su organismo responda.

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En los primeros meses de 2023 convulsionó. Su doctora me recomendó acudir a una clínica veterinaria. Así lo hice. Estuvo cuatro días internada. Fue estabilizado y dado de alta con tratamiento ambulatorio de fluidoterapia y exámenes de control mensuales. En este primer ingreso a la clínica, el neurólogo me planteó hacerle una tomografía para descartar un posible tumor cerebral que haya causado las convulsiones. Le pregunté si mi mascota resistiría la anestesia y no respondió nada. Después pregunté qué procedería si hay un tumor. Contestó que lo extirparía. No acepté el procedimiento propuesto, pues no pudo decir los riesgos con frontalidad.

A la doctora encargada de mi mascota le solicité que le limpiara las orejas. Para este cometido recurrieron a una dermatóloga que le medicó. El costo de esta petición fue de $ 80.

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En el último examen de control, la doctora a cargo de mi mascota me informó que está muy bien, dentro de los parámetros esperados. Añadió que el paciente tiene seis meses de tratamiento y sugirió hacerle un examen general de sangre, orina y ecografía. Pregunté si era invasivo, me contestó que no. Acepté la propuesta, la que costó $ 325. Duró desde las 11 de la mañana hasta las 5 de la tarde, hora en la fue retirado. Al llegar a la casa, mi mascota empezó a orinar con algo de sangre. Al día siguiente la sangre incrementó en la orina. Lo llevé a la clínica y la doctora de guardia dijo que tenía una infección en las vías urinarias. Lo medicó y regresó a casa, pero mi mascota se movía por todas las partes porque no podía orinar.

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Regresé a la clínica y quedó internada para estabilizarla y aplicar el antibiótico inyectable. Al día siguiente le pregunté a la doctora dónde contrajo esta infección y me contestó que no sabía y que podría ser en cualquier parte. Estoy segura de que la infección la adquirió en la misma clínica al hacerle los exámenes, de eso no tengo duda. Estuvo internada siete días, la visitaba todos los días. Cuando me informaron que le daban de alta, me aseguraron que la mascota estaba muy bien, comía sus tres comidas solo y su sangre en la orina era mínima. Al llegar a casa, para sorpresa mía, mi mascota no salía de su maleta transportadora. Cuando salió, caminaba con mucha dificultad. Tomó agua al mismo tiempo que botaba orina con sangre. Fue a su cama. A partir de esto, su salud empeoró.

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Esto me hizo concluir que la doctora mintió sobre su verdadera situación de salud. El 19 de octubre, a las tres y media de la tarde mi mascota falleció. Los procedimientos en mi mascota en esa clínica aceleraron su muerte. Fue un dolor intenso.

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Comparto esta ingrata experiencia para quienes consideran a sus mascotas como parte de la familia. Al recurrir a una clínica veterinaria tengan las debidas precauciones de no aceptar procedimientos médicos innecesarios y, como en mi caso, con triste final.

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Las clínicas veterinarias resuelven problemas de salud, pero también crean procedimientos innecesarios para asegurar mayores ingresos económicos para su institución. Espero que acepten esta misiva en solidaridad con los hermanos animalitos. (O)

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Amada María Naranjo Rodríguez, Guayaquil