Respaldado por el legítimo derecho a la réplica, quiero referirme al artículo ‘Nunca más isla de paz’ (publicado en EL UNIVERSO el 6 de junio de 2022), de la columnista Paola Ycaza, ya que he sido insistentemente nombrado. Se trata de una columna plagada de deducciones absurdas y basada en supuestos irreales. Hay que aclarar con la verdad tanta neblina confusa.

Las bases militares de los Estados Unidos no son la solución para la lucha contra el narcotráfico. Luego de la instalación de las bases militares estadounidenses en Colombia, los cultivos colombianos de coca aumentaron de 62 mil a 154 mil hectáreas sembradas entre 2010 y 2019 (2,5 veces más), de acuerdo a Global Overview: Drug Demand, Drug Supply, 2021 (Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito). No solo con bases, ni siquiera con tropas y tanques han podido frenar la producción de estupefacientes. Estados Unidos invadió y ocupó Afganistán desde el 2001 hasta el 2021. Según la Undoc, entre el 2009 y 2020 los cultivos ilícitos de adormideras en Afganistán subieron de 123 mil a 224 mil hectáreas. Esto demuestra la escasa relación entre la instalación de bases aéreas militares y la reducción de cultivos ilícitos. ¿Quizá deberían instalar más bases en el territorio de la Unión norteamericana? En 1956 había 162 bases aéreas militares en los Estados Unidos; en el 2020 había 59. Y el consumo de drogas ha subido en ese país.

El artículo 416 de la Constitución condena “…la imposición de bases o instalaciones con propósitos militares de unos Estados en el territorio de otros”.

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La columnista no enfrenta la inseguridad interna que todos padecemos, y más bien la enfoca desde el lado de la geopolítica, lo cual sería adecuado en un artículo de opinión si se complementara con un aterrizaje en la realidad, asumiendo las responsabilidades actuales. El párrafo final es digno de Sofocleto: “¿quién calculó hacerle tanto daño a esta isla de paz?”, se pregunta Ycaza. Nunca fuimos una isla de paz, pero hoy nos hemos convertido en un rincón del infierno. (O)

Fander Falconí Benítez, doctor, Quito