La otra noche tuve una pesadilla espantosa. Dicen que cuando tienes una pesadilla es mejor contarla para que no se vuelva realidad. Soñaba que Ecuador estaba al filo del abismo. Los poquísimos buenos políticos que alguna vez intentaron hacer algo bueno por el país habían desistido, y nos encontrábamos a merced de los delincuentes de cuello blanco que se habían tomado casi todos los poderes del Estado. Habíamos elegido a un presidente joven con sangre nueva, pero al final del día era él solo contra el resto; porque había un hombre poderosísimo que controlaba todo desde un país europeo, y era este hombre el que movía los hilos. La inflación estaba por los cielos y literalmente hasta los huevos eran ya un alimento que solo la clase alta podía obtener. No caía una gota de agua desde el cielo desde hace meses a causa del cambio climático y la gente no tenía ni luz ni agua. Los automóviles pasaban horas estancados en el tráfico porque los semáforos no funcionaban, y los conductores se maldecían unos a otros. Los incendios se expandían por todo el país y las ciudades estaban llenas de humo y hollín. La delincuencia y el narcotráfico se habían multiplicado al punto que los asesinatos se producían en las vías públicas a plena luz del día. Nadie estaba a salvo. Los delincuentes se paseaban por las calles con ametralladoras y mataban a tiros a sus víctimas sin piedad. La policía y el ejército a pesar de su voluntad preferían cuidar sus propias vidas porque los criminales eran más y estaban mejor armados. Todo era un caos. De repente desperté por el estridente sonido de un generador. Tenía la boca seca, me dolía la cabeza, estaba empapado en sudor y el corazón a punto de estallar, necesitaba un vaso de agua, quise encender la luz pero no se encendió. Cuando llegué a tientas al baño abrí la llave y solo escuché un sonido áspero, no brotó ni una gota de agua. (O)
Macario Stefano Rosania Larrea, Quito