El mayor tesoro de la vida es la madre. El Día de la Madre no se ha hecho solo para entregarle o enviarle un presente, sino rendirle toda la pleitesía rebosante del corazón, el corazón de gratitud y cariño y decirle “aquí estoy madre mía; madrecita idolatrada, para a tus pies ofrendarte toda mi vida y toda mi ternura”. Este día invita a la meditación, es un día de felicidad, pero también de lágrimas.
Pensar en nuestra madre y en todas las madres es tanto como burilar nuestro espíritu en aras de una consagración elevadamente humana, es como despertar a una vida diferente, en donde hemos de depositar el alma, la idea y el cuerpo para cambiar el rumbo a un norte positivo.
Para recordar sobre el Día de la Madre
Que el destino de nuestras madres sea el ejemplo de sacrificio, paradigma de amor y de trabajo, espejo de sensibilidad infinita, ejemplo de abnegación, de esfuerzo y sacrificio. Olvidemos los rencores, seamos tiernos y humildes, pero grandes y preclaros con la voz de la viejecita amorosa.
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La madre ha sido siempre el único faro que con luz maravillosa ha resistido a las tormentas y a las sombras, sigamos ese ejemplo compañeros, porque en el mundo solo construyen edificios invencibles los que aman y trabajan, los que reclaman y lloran por la suerte de los otros. Únicamente así habremos levantado en nuestros corazones un altar de sutil sabiduría para rendirle culto a nuestra madre, madre de nuestra risa, madre de nuestros sueños.
El Día de la Madre es el día de la alegría, en el mes más hermoso del año, mes de las flores, mes risueño, luminoso, lleno de esplendor, mayo mes de la poesía.
En sus manos nuestras almas, en sus ojos nuestras vidas, en sus palabras nuestro aprendizaje y en sus sonrisas nuestra felicidad.
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La madre para sus hijos es un dios, benditas sean las madres en este y todos los días de la vida. Bendito seas Señor, porque nos diste a nuestras madres. (O)
Esneyder Castro Salvatierra, docente, Jipijapa