Playa de San Cristóbal, islas Galápagos; naturaleza y paz. Foto Getty Images

A fines de enero del año en curso, gracias a la generosidad de un hijo que nos compró un tour para ir a las islas Galápagos o encantadas, viajé con mi esposa y, particularmente, quedé en shock. Parecía que estaba en el ambiente peninsular de donde soy oriundo y había retrocedido en el tiempo hasta la década de los años 60, donde reinaba la paz.

San Cristóbal es la isla más oriental del archipiélago, playas limpias, lobos marinos, langostas, iguanas marinas, aves (fragatas, gaviotas, alcatraces, etc.); tiene una galapaguera en un cerro donde hay una estación en la cual se crían tortugas muy grandes. Existen árboles, cultivos de frutas... Dejar momentáneamente de vivir enjaulados en la ciudad y llegar a la isla San Cristóbal me dio paz; las personas caminan con sus teléfonos celulares y cámaras en las manos, sin estar pensando que van a sufrir asaltos, verse atrapados en balaceras; no presencian drogadictos deambulando o tirados en las calles, los únicos que estaban en el piso eran los lobos marinos. Vi la presencia de muchos extranjeros, la mayoría de la tercera edad, también pocos nacionales, pero especialmente personas de la Sierra. Atendidos de manera muy amable por los guías turísticos y los propietarios de los negocios que dialogaban en varios idiomas, me lleva a cavilar que la manera en la que se desenvuelven en las islas Galápagos debe replicarse en el resto del país. Y a los que no quieren adaptarse a ser buenos, amables, honestos, aplicarles mano dura sin contemplaciones: a tantos vagos, viciosos, tirapiedras y rateros.

Las autoridades locales y nacionales, además de las empresas privadas, deben incentivar el turismo de nacionales, especialmente de los jubilados, de la tercera edad y de los jóvenes que se destaquen en los estudios para ir cambiando la mentalidad de muchos que no conocen el país. (O)

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Jorge Tigrero Quimí, economista, Guayaquil