Alexei Navalny es un empresario ruso que osó intentar competir en las elecciones presidenciales rusas bajo el símbolo de la transparencia y el ocaso de Putin. Fue envenenado, pero se salvó. Y Putin, contra todo pronóstico, lo dejó marchar a Alemania para su recuperación.

Cualquier ser normal, temeroso de un dictador desbocado, hubiera empezado una cómoda nueva vida con su familia en el exilio. Navalny no es normal: volvió sabiendo que arriesgaba su vida e integridad física, pero lo que más le importa es su integridad moral. Su equipo exiliado en Londres investiga incansablemente numerosos casos de corrupción de la nomenclatura rusa. Fue arrojado a una colonia penitenciaria rusa y recientemente ha sido condenado a 9 años que los pasará en una durísima cárcel. Le dieron hace unos días un premio Óscar y una ovación cerrada a lo que significa su figura encarnada en un documental que narra su vida. Su mujer e hijos estaban allí representando a la abrumadora mayoría escandalizada por un dictador impenetrable con sueños imperiales, a costa de vidas y haciendas. (O)

Luis Peraza, Houston, Texas, EE. UU.