No quiero referirme, aunque valdría la pena, a la intensidad del trabajo de las abejas comparadas con instituciones como el Municipio de Quito donde los trámites son lentos que exhaustan hasta al más optimista. ¡Quizás se asemejan en que los obreros son múltiples, pero las abejas construyen permanentemente! ¿El caso?, es que en una ciudad de concreto las abejas ya no tienen espacios verdes para ubicarse y se fueron a mi terreno. ¿Y qué hacer? Matarlas, como la mayoría lo hace o proceder racionalmente llamando al 911; es una emergencia, puede causar shock anafiláctico a una persona.
Pero el 911 no tiene respuesta, divaga, entonces averiguo y me recomiendan apicultores, llamé al señor César Topón, se interesó, de inmediato lo recogí en la parada del bus en Cumbayá donde se bajó con una caja vacía de panales, instrumentos y su hija menor. Al llegar a mi propiedad de inmediato fue hacia las abejas, pude ver la destreza en manejarlas, al bajar la abeja reina a la caja las demás la siguieron conforme entraba la noche. Al cerrar la caja para su transporte, algunas abejas se atrasaron como si fueran municipales. La hija del apicultor con las manos, con delicadeza las recogía colocándolas en sus bolsillos para dejarlas libre cuando lleguen a su destino; ¿por qué no le pican?, “¡no estoy haciendo daño!”.
El señor Topón es muestra de las cosas más maravillosas y buenas de nuestro Ecuador. Altruista sin esperar ningún pago por su labor, solo su propósito es defender a las abejas, y defender nuestro futuro ya que sin abejas no hay futuro. En cuanto al Municipio, sería ideal la creación de empleos para apicultores como él, con llamadas ligadas al 911 y en este caso sí se debería aplicar esa costumbre establecida de transmisión de empleo municipal de padres a hijos, pues los hijos de apicultores sí aprehenden esto que no es simple oficio sino arte que requiere dedicación máxima. (O)
Publicidad
Raúl González Tobar, doctor en Medicina, Quito