Desde tiempos inmemoriales, la actividad política se ha caracterizado por la oferta fácil, la mentira, la farsa, las calumnias contra el adversario y toda clase de falsedades para engañar a los más ingenuos de la sociedad, porque la finalidad es lograr el poder político y realizar sus objetivos generalmente personales, para utilizar fondos públicos o afianzar intereses particulares en negocios cuestionados que originan dudas.

Lo anterior es común en casi todo el mundo, pero en Latinoamérica ha sido casi “normal” debido al origen de nuestros países, formados por la conquista depredadora que institucionalizó el despojo y atropello a los pueblos nativos, sometidos por el abuso de la fuerza, lo cual perdura hasta nuestros días pese a los procesos de independencia y revoluciones republicanas.

En la historia nacional se ha usado todo tipo de armas políticas para captar el poder o conservarlo por cualquier medio, empleando cinismo, engaño, etc. En los últimos tiempos parecería que se han institucionalizado estos “recursos” que en países civilizados no son tolerados. Así, vimos un caso de la historia contemporánea denominado Watergate, que destituyó a un Gobierno acusado de simulación política; así también en Europa, donde no se perdona la falsedad, menos aún las ofertas de comprobar acusaciones que nunca se verifican y, por el contrario, se producen hechos cuestionados que jamás se aclaran y se diluyen por el paso del tiempo. (O)

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Jorge Chambers Hidalgo, abogado, avenida Samborondón