La violencia en Ecuador es un mal que crece a ritmo alarmante en todo el territorio. Cada día somos testigos de asesinatos, secuestros y otros crímenes organizados que sacuden a nuestras comunidades; la prensa cumple un papel indispensable al reportar estos hechos con rapidez y rigurosidad. Sin embargo, existe un riesgo que pasa inadvertido: la normalización de la violencia a través de la propia mecánica informativa.
Ecuador: enfermedad constitucional
En los espacios televisivos, la agenda está obligada a equilibrar contenidos: junto a la crónica de sucesos, se incluyen segmentos de farándula, deportes o noticias positivas. El problema surge cuando ese contraste no obedece al criterio editorial, sino a una fórmula emocional que diluye el impacto de lo trágico. Tras narrar una masacre, pinceladas de buena noticia –un logro deportivo, una historia de superación– se escenifican con música alegre y cambio de ritmo abrupto. El mensaje se entrelaza: al adelantar rápidamente lo emocional, el dolor y el horror se tornan familiares, asequibles y, por ende, “normales”.
Este artificio editorial responde a una lógica de entretenimiento –mantener al espectador “enganchado”–, pero su efecto acumulativo no es inocuo. Al mezclar voluntades editoriales y emociones dispares, la audiencia acaba desconectándose: la violencia se convierte en un dato más, desprovisto de su gravedad humana. Ese desapego social socava la empatía colectiva y confunde lo inaceptable con un mero trámite informativo.
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Por ello, los medios tienen la responsabilidad de repensar la estructura de sus programas. La exposición a la violencia debe acompañarse de análisis y contextos que ayuden a dimensionar su verdadera magnitud: datos estadísticos, voces de expertos en seguridad, testimonios de víctimas y, sobre todo, propuestas de solución y prevención. Así, la audiencia no solo conocerá los hechos, sino que comprenderá sus causas y podrá exigir políticas públicas efectivas.
En última instancia, la manera en que la prensa jerarquiza y combina sus contenidos moldea nuestra percepción de la realidad. Si queremos una sociedad consciente de su entorno y capaz de reaccionar frente a la violencia, los medios no podemos permitir que el espectáculo banalice el sufrimiento. Necesitamos una cobertura informativa ética, bien intencionada y estructurada con la seriedad que el tema exige. Solo así podremos recuperar la urgencia y la indignación que merecen las víctimas y alentar un compromiso real con la paz y la seguridad en Ecuador. (O)
Anthony Steven Ramia Mantilla, Tabacundo