“Nos estamos yendo”, escuché pronunciar estas palabras, mientras el sepulturero procedía a cerrar la fosa de la bóveda, donde en una caja lúgubre de nombre ataúd, yacía rígido, macilento el cadáver de un amigo. Estábamos esperando que colocaran la lápida, con su distintivo nombre que conservará por siempre. Esperamos el empujón para que permanezca en un pequeño espacio rectangular quien en vida caminó por amplios senderos bajo cielos de infinitos horizontes. Muchos dicen que este es el último momento presente. Los concurrentes están por cumplir este acto de piedad cristiana, otros por compromiso social, algunos por el deber cumplido. Los amigos de toda la vida, nos estamos yendo. Los motivos de nuestra asistencia a este funeral, poco o nada interesan, lo que importa es acompañarlo y darle el fraterno adiós aunque estemos impedidos de brindarle un último abrazo.

¿Por qué viven tanto?

Ver depositar los despojos mortales de un amigo se siente en el ambiente un espíritu de pena, congoja, resignación e impotencia. Un eco de fijas y expectantes miradas al desenlace final de este fatal momento cavilan, elucubran esperando el momento final.

Quien ayer estuvo, ya nunca estará. Absorto pasan por nuestra mente los gratos momentos, los de tristeza, los juego, farra y alegría, una síntesis de los tiempos juntos se desarrollan en fracciones de segundos en el cerebro como si pasasen en una cinta cinematográfica los momentos vividos al cobijo de su compañía.

Publicidad

Jubilados excluidos de la Ley de Alivio Financiero

No hay mes del año en que no tenga que concurrir a velorios y cementerios para presenciar estos duros momentos. Duros porque se siente que parte de nuestra vida e historia personal se diluirá en los insondables laberintos del tiempo. O en la pesada bruma del pasado, al que hoy le restamos valor y que calificamos como espejismo, al darnos cuenta de lo efímera y corta que es la vida y lo eterno de la muerte.

Bajo la nostalgia de las cosas realizadas y de los hechos que no pudimos concretar, saltan las lágrimas, hiere el corazón, brincan al rostro, mas, con nuestro pañuelo evitamos su acelerado correr hacia los labios a fin de evitar ese llanto amargo. En ese instante sofocamos el dolor, apagando el grito lastimero que con toda la fuerza del sentimiento quiere expandir lo que bulle por todos los resquicios del cuerpo, agitando las neuronas, quemando y taladrando todas las fibras de nuestra condición humana.

Adultos mayores sin priorización

Si filosofáramos, haciendo un aparte respetuoso a la religión, costumbres, creencias, tradiciones, tendríamos que decir a modo de protesta ante la muerte que la vida es un fiasco por las guerras, ambiciones, rencores, odios, peleas, entuertos, rencillas, menosprecios, trabajo, estudios, esfuerzos, dedicación, ahorro, mezquindades, egoísmo; cuando lo único valedero en nuestra efímera existencia es llevar una vida en armonía con nuestro modo de ser y por supuesto de pensar. Nacemos desnudos y sin nada nos vamos. Nos estamos yendo. (O)

Publicidad

César Antonio Jijón Sánchez, técnico de mantenimiento, Daule