Domingo de Ramos, inicio de la Semana Mayor, sin duda tiempo de arrepentimiento, que nuestro principal sentimiento ojalá sea este, para agrado del Señor. Uno de los discípulos de Jesús llamado Judas Iscariote lo traicionó y con un hipócrita beso lo entregó, siendo su destino final la cruz.

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Jesús carga la cruz sin renegar, el peso de nuestros pecados no le importó, soportó impresionante cansancio físico para que seamos libres y no pequemos más. Cae por primera vez de su viacrucis al inicio, por agotamiento y con el cuerpo ensangrentado, por nuestros pecados que lo han aplastado, se levanta y nos enseña el valor del sacrificio. Jesús ve a María más adelante, allí está su madre, en el cuerpo y en el corazón, mira a su hijo amado en la desolación, quiere abrazarlo y lo llora anhelante. Detuvieron en el camino a un tal Simón, que encuentra a Jesús después de trabajar, quien le ayuda a cargar la cruz.

Jesús ha llegado a la sexta estación. Verónica con un paño cubre el rostro de su Señor, y lo limpia de la sangre y sudor, era mediodía y el sol quemaba sin compasión. Jesús cae por segunda vez en la séptima estación, bajo el peso de la cruz en el camino al calvario, no protesta, antes, por el contrario, desde el suelo nos prohíbe la rendición.

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Jesús nos brinda la oportunidad del arrepentimiento, tenemos que aprender, aunque nos duela, que arrepentirse disminuye nuestro sufrimiento. Cristo nuevamente se desploma, renuncia a ser Dios y abraza la condición de siervo, se humilla a sí mismo y nos da tremenda lección de resiliencia, aunque siente que sus fuerzas lo abandonan. Ya en el calvario, le dieron vino mezclado con miel, no lo quiso, tampoco calmantes, pues pudo perder la conciencia, y a pesar de su agonía esperó con paciencia cumplir la misión que su Padre encomendó a él. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron, la causa de su condena escrita en la cruz decía: “El rey de los judíos” con irrespeto y osadía, con él crucificaron a dos ladrones condenados por sus delitos. Jesús se conduele de sus castigadores y pide al Padre que los perdone, y sin olvidar que son la causa de su sufrimiento, sabe que están faltos de amor, de arrepentimiento, quiere que todos se salven antes de que la vida lo abandone. Ahora está en la decimotercera estación, Jesús ya sin vida de la cruz es bajado y entregado a su madre, María.

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Finalmente, Jesús fue crucificado, muerto y sepultado, el sepulcro que lo espera es su última etapa, pero al tercer día resucitó y volvió a vivir, María conserva en su corazón a su hijo resucitado. (O)

Luis A. Hurtado Riera, Guayaquil